EN realidad, mientras más informal se vestía Diana, mejor se veía. Lucía espectacular al salir de su carro para almorzar con amigas en jeans desteñidos, una camiseta blanca, una chaqueta azul marino de corte impecable y sandalias sin tacón (generalmente Jimmy Choo). Vanity Fair encomendó al fotógrafo peruano Mario Testino que la retratara con la nueva imagen que quería proyectar: una mujer moderna, activa participante en asuntos mundiales, “intensa, fascinante y llena de vitalidad”, según Meredith Etherington-Smith, la ex editora de modas que le presentó Testino a Diana.
La verdadera Diana de Gales
AGOSTO 31 de 1997, París. Dentro del automóvil que ingresó a toda velocidad al túnel Pont d’Alma 23 minutos pasada la medianoche iba la mujer más famosa del mundo, un ídolo rubio que llevaba las largas piernas cruzadas en el asiento trasero del Mercedes negro. Diana concluía una caótica velada y estaba de mal humor. Su disgusto era obvio en su tensa expresión, captada por las cámaras de circuito cerrado cuando pasó rápidamente por las puertas giratorias de la salida trasera del hotel Ritz.