AMO las librerías de viejo o de segunda mano –como usted elija llamarlas–. Siempre prefiero una primera edición que una edición posterior y si la encuentro y puedo comprarla no duda en hacerlo.
No me molesta que a veces los libros estén empolvados, manchados, huelan a humedad, tengan las portadas rotas, las hojas dobladas y amarillentas, los renglones subrayados o los márgenes anotados con observaciones inteligentes o imbéciles.