BENDITAS son las leyes anti-corrupción en todas partes del mundo, menos en México. Aquí se apapacha y protege –al menos hasta ahora–, a todos los ratero$ y todas las ratera$ de alto, mediano y regular nivel del gobierno, incluidos los ex presidentes, porque entre ellos prevalece aún como norma la práctica del viejo adagio: “La corrupción somos todos”, de modo que la vetusta ‘Ley de Responsabilidades de Funcionarios Públicos’ fue urdida para castigar sólo a los humildes carteros. Digo esto porque ayer domingo 8 de abril durmió su primera noche en prisión, en Curitiba, el ex presidente izquierdista de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, condenado a 12 años como convicto de ‘corrupción pasiva y lavado de dinero’, por sobornos de 2.2 millones de dólares recibidos de la constructora OAS. El viernes 6 la ex presidenta de Corea del Sur, Park Geun-hye, que fue la primera mujer electa en ese cargo pero la destituyeron, empezó a purgar en Seúl sentencia de ¡24 años de cárcel! y multa de 16.8 millones de dólares –el fiscal demandó 30 años de encierro y 110.9 melones de USD–, culpable de 18 cargos de corrupción en sobornos, abuso de poder y filtración de secretos estatales. Y, como ambos, una diversidad de otros ex mandatarios, ministros, secretarios y altos funcionarios de diversas naciones, entre los que se cuentan Indonesia, Singapur, Siam, el mismo Brasil, Argentina, Guatemala y Perú, han sido procesados y condenados a años de encarcelamiento por robar al erario y engañar al pueblo. A los mexicanos esos países nos dan muchos celos y harta envidia.