SI se le pregunta a la gente cuánto confía en los partidos políticos, la respuesta es muy conocida: menos de 10 por ciento responde que mucho. Su desprestigio es enorme y está al nivel de otra de las instituciones peor evaluadas del país: las policías.
Si de políticos se trata, es difícil encontrar a alguien que no asevere que todos son una bola de corruptos, sin importar el partido al que pertenezcan.
Hartazgo, indignación, pesimismo y enojo son los sentimientos más comunes que genera la situación política del país.
Sin embargo, cuando llegan las elecciones –ese momento crucial para los partidos, en el que el ciudadano tiene un poco de poder sobre esas odiadas instituciones–, algo pasa, como si desapareciera el enojo y se renovara la fe en ellos como por arte de magia.