Periodista.
(Columna: DOBLE MIRADA)
SI se le pregunta a la gente cuánto confía en los partidos políticos, la respuesta es muy conocida: menos de 10 por ciento responde que mucho. Su desprestigio es enorme y está al nivel de otra de las instituciones peor evaluadas del país: las policías.
Si de políticos se trata, es difícil encontrar a alguien que no asevere que todos son una bola de corruptos, sin importar el partido al que pertenezcan.
Hartazgo, indignación, pesimismo y enojo son los sentimientos más comunes que genera la situación política del país.
Sin embargo, cuando llegan las elecciones –ese momento crucial para los partidos, en el que el ciudadano tiene un poco de poder sobre esas odiadas instituciones–, algo pasa, como si desapareciera el enojo y se renovara la fe en ellos como por arte de magia.
Dos datos para darle soporte a esta tesis. Aunque no es apabullante, la participación en los comicios es bastante aceptable, pues ronda la mitad del padrón electoral y en algunos casos llega a 60 por ciento o más. Si el rechazo fuera total, la asistencia a las urnas podría ser mucho menor. No lo ha sido en estos años de desencanto generalizado.
Segundo dato: las candidaturas independientes pueden ser el vehículo ideal para castigar severa y eficazmente a los partidos. Pero con la excepción del triunfo de El Bronco Rodríguez en Nuevo León –que de independiente tenía lo que yo tengo de chino–, y algunos otros pocos casos (Kumamoto, Clouthier, Cabada), no han resultado atractivas y eficaces.
De los varios nombres que se manejan como probables candidatos independientes a la Presidencia en 2018, ninguno tiene un arrastre que lo perfile como un competidor con probabilidades de triunfo. Así, cuando menos hasta ahora, los independientes están lejos de representar una amenaza real a la odiada patidocracia.
Esa incongruencia tiene un lado positivo. Que la gente considere que es importante ir a votar –aun cuando sea a los partidos de siempre–, se consolida la democracia como el menos malo de los métodos para formar gobiernos. Mientras no se agote la esperanza de que la renovación pacífica y legal de las instituciones es la vía para avanzar en la solución de los problemas, nos evitaremos crisis mucho más graves de ingobernabilidad que la que actualmente vivimos.
Una mirada a Venezuela nos daría un ejemplo de lo que sería crisis grave derivada del abandono de la vía democrática.
En una encuesta, a la pregunta ¿quién cree usted que es hoy en día el factor fundamental de un cambio en nuestro país?, 33 por ciento respondió que un nuevo gobierno, 31 por ciento dijo que la sociedad civil y únicamente 12 por ciento señaló que lo sería un líder carismático, mismo porcentaje que aseveró que son los partidos.
Las respuestas son esperanzadoras, pero son un misterio considerando el tamaño del desencanto con todos y cada uno de los nuevos gobiernos electos, una vez transcurridos los primeros meses. Donald Trump es el ejemplo más reciente.
Entonces el problema no debiera ser con la democracia y los procesos electorales, sino con los partidos y los nuevos gobiernos (..), que siguen sin ofrecer garantías serias de que harán mejor las cosas que en los años recientes.
Es tiempo de cambiar la mirada y reflexionar más sobre cómo exigir gobiernos de calidad, que campañas no negativas; sobre cómo garantizar que el ejercicio del poder se haga respetando el estado de derecho, que discutiendo nuevas reglas electorales.
* Tomado del “Milenio Diario”.
Miércoles 3 de Mayo 2017.
Ventaneando, Viernes 9 de Febrero de 2018.