TREINTA y dos años después, los sismos de septiembre volvieron a recordarnos la fragilidad de México. Nuestro país se encuentra en un punto de confluencia de cinco placas tectónicas, una de las cuales, la de Cocos, está registrando un proceso de subducción, esto es, está avanzando y al sumirse debajo de la placa de Norteamérica produce movimientos telúricos.
México tiene sismos de manera constante. No nos damos cuenta porque la mayoría son muy levs, pero suceden todos los días en distintos puntos del país. Estos temblores, sin embargo, no han hecho que se acepte la inevitabilidad de los terremotos. Cuando se sienten movimientos fuertes, superiores a los 7 grados de magnitud, el pánico se apodera de la población. Los mexicanos conocemos de primera mano la destrucción que puede generar un seísmo.
Este pasado septiembre fue un mes de gran actividad sísmica en nuestro país. Se registraron dos terremotos de gran magnitud, uno de 8.2 grados, el día 7, en el golfo de Tehuantepec, y el otro, de 7.1 grados, el día 19, en Morelos, aniversario del destructivo sismo del 19 de septiembre de 1985. Hubo además miles de réplicas del primero.