PARA muchos de nosotros, la obra más entrañable de Rufino Tamayo es la que pintó en los años 20 y 30: aquellas naturalezas muertas de pequeño formato con reloj y teléfono, con Sandía y regla de medir, con piña y ficha de dominó; aquellos interiores con mesa, naipes y ventana abierta hacia un globo aerostático; aquellas vistas callejeras atravesadas por cables eléctricos…