EL largo viaje de Roylan Hernández Díaz terminó en una celda de paredes blancas en el ala de confinamiento solitario de una cárcel de Luisiana. Cerca de él estaban sus últimas pertenencias: un tubo de pasta de dientes, algunos vasos desechables y una hoja de papel que explicaba cómo podía solicitar su liberación del Centro de Detención de Inmigrantes. Pero a él ya le habían negado tres veces la libertad.