EL domingo pasado platiqué largas horas con una estadunidense rubia, de mediana edad, físicamente atractiva y de lúcido intelecto que, al presentarse, después de decir como don Quijote su nombre y lugar de origen, mencionó que pronto logrará su tercer doctorado, y que disfruta de dos sueldos y cuatro becas para investigar sin límites de tiempo y costo aspectos hereditarios de la culpa personal. Entiende ésta como el remordimiento de conciencia o inquietud y pesar interno que queda al ser humano normal después de ejecutar una mala acción.