EL domingo pasado platiqué largas horas con una estadunidense rubia, de mediana edad, físicamente atractiva y de lúcido intelecto que, al presentarse, después de decir como don Quijote su nombre y lugar de origen, mencionó que pronto logrará su tercer doctorado, y que disfruta de dos sueldos y cuatro becas para investigar sin límites de tiempo y costo aspectos hereditarios de la culpa personal. Entiende ésta como el remordimiento de conciencia o inquietud y pesar interno que queda al ser humano normal después de ejecutar una mala acción.
Su investigación, por ahora, abarca a los blancos de lengua inglesa y religión protestante nacidos al norte del río Bravo. Como guía de su labor habló del finado filósofo y ensayista español José Ortega y Gasset, y de su teoría sobre “el hombre y su circunstancia”, ponderando ésta en la realización de algunos actos de ciertos grupos humanos que registra la historia.
Explicó las “circunstancias” que llevaron a los primeros ingleses que desembarcaron en Norteamérica a matar a los inermes indios aún después que los hospedaron y mantuvieron hasta que pudieron cazar, pescar, recolectar frutos, sembrar, cultivar y cosechar sus alimentos. Mencionó a los fundadores de las trece colonias y a sus descendientes que a la voz de: “El único indio bueno es el indio muerto”, acabaron con ellos de la misma manera que exterminaron a los búfalos: cazándolos a balazos.
Relató la doctora cómo con actos premeditados de alevosía, ventaja y flagrante injusticia, al grito de “América para los anglos protestantes blancos de idioma inglés”, de 1783 a 1853 aumentaron nueve veces su hábitat original despojando a Inglaterra, España, Francia y México de inmensos y ricos territorios, y después a Rusia, Colombia, Centroamérica, el Caribe, etcétera, persiguiendo y arrebatando los bienes de los ciudadanos de estas naciones aún antes de firmar las “cesiones”, “adquisiciones”, “ocupaciones”, “anexiones” y “asociaciones” respectivas.
Mencionó enseguida la manera en que explotaron extensivamente minas, plantaciones, consorcios ganaderos, forestales, pesqueros, industriales, etcétera, con esclavos negros y de otros colores, niños, mujeres, perseguidos políticos y discriminados por ser de distinta nacionalidad, religión, raza o costumbres, relatando con lujo de detalles la muerte por inanición y extenuación de la mayoría de los chinos que tendieron por contrato las vías férreas y los puentes.
Para incrementar incesantemente su poder económico y asegurar en el futuro su supremacía en casi todos los aspectos del quehacer humano, los yanquis intervinieron, según dijo mi interlocutora, cientos de veces de mil maneras violentas e injustas a los países de Latinoamérica y el resto del mundo, llevándose a sus casas todo a cambio de casi nada. Tantos y tan frecuentes triunfos, lejos de envanecerlos los colmaron de humildad al grado de reconocer sus desmanes y los de sus ancestros que los hacen sentirse tan culpables, con remordimientos de conciencia adicionales por los crímenes cometidos en las últimas dos guerras mundiales, en Corea, Vietnam, el Golfo Pérsico y Yugoslavia.
Destruyeron ciudades enteras, matando a millones de personas no beligerantes, arruinando enormes regiones del planeta. Sumieron en la desesperanza a la raza humana con la guerra fría, la carrera armamentista, los arsenales atómicos y otras armas de exterminio como la globalización de la economía, los tratados de libre comercio, las cuotas de poder de las empresas transnacionales y el sometimiento de los gobiernos de países débiles.
Al llegar a este punto se interrogó la doctora si los remordimientos de conciencia tendrán algo que ver con la autodestrucción por drogas, sexo desenfrenado y violencia que padecen muchos de sus connacionales.
Después de largo y significativo silencio me preguntó qué hacemos los mexicanos para soportar nuestras cargas de conciencia. Le expliqué que no tenemos remordimientos ni sentimientos de culpa en ese sentido porque quienes invadieron y destruyeron las culturas prehispánicas fueron los españoles, que además nos esclavizaron y robaron durante trescientos años. Los mexicanos, o sea indios, mestizos y criollos, sólo nos libramos del yugo español y de eso no estamos arrepentidos. Los yanquis nos robaron más de la mitad de nuestro territorio, y la conciencia de la humanidad sigue condenándolos y respaldándonos.
Las cruentas guerras durante el Primer Imperio, la Reforma y el Segundo Imperio, causantes de tantísimos muertos y miseria, las hicieron extranjeros, clérigos, políticos corruptos y ricos apátridas.
La revolución de 1910 no benefició al pueblo porque fue manipulada por traidores, extranjeros; y los ricos de aquí, como en cualquier parte del mundo, no tienen patria. De todos los males ocurridos en nuestro suelo de 1521 al día de hoy, los mexicanos comunes no fuimos ni somos culpables, sólo víctimas, por lo que no padecemos remordimiento alguno de esa clase.
La doctora guardó su grabadora, se puso de pie, agradeció el tiempo que le dediqué, volvió a decir su nombre y lugar de origen y se perdió entre la multitud que, ya entrada la noche, paseaba por el malecón.
* Tomado de “Revista de Revistas”.
Publicación del periódico “Excélsior”.
No. 4482, Noviembre de 1999.
Ventaneando, Reynosa, Viernes 2 de Diciembre de 2022.