EN el sureste mexicano, en Oaxaca, viví la grata experiencia de paladear el color, saborear su destilado y apreciar el aroma tan singular del mezcal, obtenido de los magueyes y agaves que me remonta a las visitas que hacía a mis abuelos en el pueblo.
En Oaxaca, la cuna del mezcal, además conocí los procesos de fabricación. En los plantíos de agaves admiré la maestría con la que don Alberto corta el corazón de la planta –cómo su hoz vuela en el aire, se ensarta y despeja las pencas para llegar al mero centro–, que luego otros cargan y se llevan para sacarle su jugo al vapor.