En la siniestra noche del neoliberalismo conceptos como patria y dignidad parecían perdidos. No pocos diplomáticos de la vieja guardia, los formados en aquella política exterior que fue honra y orgullo de México, lamentaban que los principios y la vergüenza hubieran sido abandonados en aras de convertir al país en mero peón del interés imperial.
IMPOSIBLE olvidar que Ernesto Zedillo no sólo se dedicó a complacer al vecino del norte, sino que también se convirtió en cumplido sirviente de otros gobiernos y desató una cruzada contra los vascos perseguidos por el Estado español, pisoteando la tradicional política de asilo que nos trajo grandes talentos y en mucho sirvió para el avance educativo, cultural y económico del desarrollo estabilizador.