Periodista
Autor de “Milenios de México”.
En la siniestra noche del neoliberalismo conceptos como patria y dignidad parecían perdidos. No pocos diplomáticos de la vieja guardia, los formados en aquella política exterior que fue honra y orgullo de México, lamentaban que los principios y la vergüenza hubieran sido abandonados en aras de convertir al país en mero peón del interés imperial.
IMPOSIBLE olvidar que Ernesto Zedillo no sólo se dedicó a complacer al vecino del norte, sino que también se convirtió en cumplido sirviente de otros gobiernos y desató una cruzada contra los vascos perseguidos por el Estado español, pisoteando la tradicional política de asilo que nos trajo grandes talentos y en mucho sirvió para el avance educativo, cultural y económico del desarrollo estabilizador.
En las tres tristes décadas neoliberales, uno tras otro los secretarios de Relaciones Exteriores y sus jefes parecían empeñados en actuar como meros acólitos de Washington, tarea en la que destacó en forma notable Jorge Castañeda junior, quien puso su mayor empeño en servir de criado ante el vecino depredador. Imposible olvidar las indignidades cometidas con el gobierno cubano, el “comes y te vas” y otros episodios igualmente sucios del canciller de pacotilla.
Pero entre las cosas que están cambiando hay que contar la política exterior. El llamado Grupo de Lima, integrado por catorce gobiernos latinoamericanos perrunamente fieles a la Casa Blanca, se constituyó en 2017 con el fin de meter la garra del imperio en la vida interna de Venezuela, algo que ratificó hace unos días cuando resolvió desconocer a Nicolás Maduro como presidente de Venezuela, acuerdo que la delegación mexicana se negó a suscribir.
Lo anterior no significa, como quiere verlo la derecha cavernícola, que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador apoye usos y abusos del gobernante venezolano, que, por supuesto, están y estarán en la mesa de discusión por un buen rato. Lo que sí implica el voto mexicano, más allá de las formas, es una rotunda condena al afán intervencionista, que recurre cada vez menos a la agresión de sus marines, pero, en cambio, moviliza a los gobiernos serviles para llevar adelante su propósito de eliminar al gobierno de Maduro o cualquier otro que le impida apoderarse del petróleo venezolano, cuyo valor estratégico está fuera de discusión.
Por supuesto, después de varios sexenios de indignidades, la posición expresada en Lima sorprendió a más de uno, pues se creía que nuestro país había abandonado hace mucho tiempo los principios que rigieron el comportamiento de México en el ámbito mundial, pero lo cierto es que fueron los últimos gobiernos priístas y panistas los que, indebidamente, renunciaron al mandato constitucional.
El voto mexicano está en plena consonancia con lo dispuesto por nuestra Carta Magna en su artículo 89, fracción X, que obliga al titular del Poder Ejecutivo a observar los principios normativos de nuestra política exterior: “La autodeterminación de los pueblos; la no intervención; la solución pacífica de controversias; la proscripción de la amenaza o el uso de la fuerza en las relaciones internacionales; la igualdad jurídica de los Estados; la cooperación internacional para el desarrollo; el respeto, la protección y promoción de los derechos humanos y la lucha por la paz y la seguridad internacionales”.
Todo indica que cotinuará el rescate de nuestra política exterior, aquella que dio prestigio a México. Por lo pronto, doña Alicia Bárcena, la flamante e inteligente embajadora de México en Estados Unidos, ya anunció que se pondrá a revisión la Iniciativa Mérida, instrumento que ha hecho de nuestros cuerpos policiacos y militares meros peones de la gran potencia, todo con el pretexto de combatir al crimen organizado, centralmente el tráfico de drogas, cuando hoy más de la mitad de los estados de la Unión Americana han legalizado en diversas formas la mariguana.
Lo que se pretende no es buscar la confrontación, sino recordar que, pese a todo, México sigue siendo un país independiente y soberano, y que la política interior y exterior debe ser manejada sólo por los mexicanos, y por nadie más; que no aceptamos la injerencia de nadie y que por eso mismo la repudiamos cuando se pretende ejercer contra países con gobiernos de izquierda, como Venezuela, Cuba y Bolivia; derechistas, como los de Colombia y Argentina, o de plano fascistas, como el de Brasil. Ojalá se entienda afuera y, sobre todo, adentro.
* Tomado del periódico “Excélsior”.
México; Jueves 10 de Enero de 2019.
Ventaneando, Lunes 21 de Enero de 2019.