Libertad personal. Un día de la última semana de diciembre del 2005, en el Aeropuerto Sheremetievo-2 de Moscú, Aliona Maksimtsova, estudiante de 26 años, se preparaba para tomar un avión a Amsterdam, a donde iba para reunirse con su novio y recibir el Año Nuevo. Miles de rusos jóvenes como ella, algunos ya con ánimo festivo, hacían largas colas para volar a todo el mundo. El atestado corredor de salida bullía de mujeres con largos abrigos de visón. “Los usan para verse bonitas”, explicó Aliona, “y para demostrar que tienen un hombre que puede comprárselos”.