SUPONGAMOS que vivimos en Ciudad de México en la época virreinal. Hablamos de ir el fin de semana al pueblo de Coyoacán, o incluso a uno más alejado como Tlalpan. El centro de la urbe puede identificarse plenamente con algunas de sus calles, las principales casonas y hasta con señas sobre la morada de algún vecino destacado.
Los principales caminos externos son salidas bien conocidas por los cuatro puntos cardinales, que básicamente llevan a los puertos de Veracruz y Acapulco, así como a las ciudades que quedan a su paso, al igual que los principales asentamientos urbanos contiguos al centro del país.
Pasan los años y si bien hay un crecimiento de la capital, esta todavía nos orienta con su retícula principal, con las iglesias que destacan en todo lo alto y los tradicionales paseos que conglomeran a la población. “¿Sabe dónde está la casa del funcionario Chacón?”, “Derechito, no hay pierde”. “¿La casa del doctor tal?”, “¡Pues junto a la del abogado Lerdo, faltaba más!”.