LA relación de Saltillo con Manuel Acuña (1849-1873) es contradictoria. Poeta de una inmensa popularidad, en la capital coahuilense, su ciudad natal, es recitado a medias: su blasón más alto es aquel que le adjudica un poema y un suicidio debido a supuesto amor contrariado.
Se le cita como uno de nuestros más grandes autores. El premio de poesía en México con el mayor monto económico lleva su nombre, pero muchos lo seguimos leyendo poco y mal. Y no es por inaccesible, escaso u oscuro; la obra de Acuña ahí está. En ediciones venales, de lujo o en internet puede encontrarse casi la totalidad de sus versos: desde su consabido Nocturno –que no a Rosario–, hasta lo que quizá sea su testamento literario, el extraño poema medio en prosa medio en verso titulado Nada sobre nada –“El hombre es un ser para la nada”, coincidió décadas después el filósofo francés Jean-Paul Sartre–, escrito a escasos siete meses de su suicidio y donde en un inusitado estilo satírico hace una especie de corte de caja, un saldo donde “renuncia” a la poesía.