AL pasar los años uno se acostumbra a las teclas del ordenador. Deja de aporrearlas con aquella enjundia con que penetraba cada tipo de las Olivetti verdes o las Remington negras, cargadas con cuartillas de papel revolución y hojas carbón. Ya saben: copia para el director, jefe de redacción y la mesa.
Eso sí, no se olvida esas tardes en que al fragor de las máquinas se hacía el diario, entre cafés y Coca-Cola.
Así era la vieja redacción, con piso de linóleum gastado de tantos zapatos de reporteros y fotógrafos que, torta en mano, compartían las vivencias del día.