Dos curvilíneas figuras del México de Noche en el Año de Gracia de 1948, que traían de un ala a los tandófilos. En realidad era un par de gringuitas, improvisadas de exóticas, que fueron condenadas por las Ligas de la Decencia.
LE traíamos tantas ganas a Tongolele, ‘La Diosa de las Islas de los Mares del Sur’, como la anunciaban en todos los periódicos de la ciudad de México, que con pretexto de mi vigésimo cumpleaños hicimos una coperacha y nos fuimos a cenar pescado frito con tarros de clara a la cervecería del Terrible Pérez. Y luego al “Tívoli”, el nuevo teatro del barrio de Santa María la Redonda, en el que estaba dando temporada la exótica traída directamente de Tahití. Pero nomás no pudimos entrar.
En la taquilla campeaba el letrerito de “Localidades Agotadas”. Los revendedores pedían las perlas de la virgen por un boleto de galería y no había manera de colarse como lo hacíamos, a veces, en carpas como la Mayab.
Tongolele traía de un ala a los tandófilos que formaban largas colas desde muy temprano, entreteniéndose con Don Timorato y regateando con los vendedores de “caricaturas de La Habana”.
Contaban que Tongolele era una princesa de pura sangre maorí, consagrada a sus dios ancestrales como sacerdotisa, por lo que aprendió las danzas rituales más antiguas y herméticas. Y se hacían cruces de la belleza de su cuerpo escultural, apenas cubierto por brevísimo atavío de plumas, lentejuelas y gasas.
Pero más que nada los excitaba el ondulante movimiento de caderas que era el sello personalísimo de Tongolele en aquellos exóticos bailes cuyo ritmo marcaban tambores, congas, bongóes, claves y otros sonorosos instrumentos.
Llegaban provincianos ricos con ganas de comprar una noche de amor con la princesa de las islas de los Mares del Sur. Y los galanes del Broadway mexicano andaban a la caza de una oportunidad para conquistarla “flagelándola con el látigo de su desprecio”.
Tongolele fue el golpe más espectacular en el México de Noche en aquel año de gracia de 1948. Su artífice fue el empesario Américo Mancini, quien rescató a Yolanda Montes, una gringuita que se había quedado varada en México porque la compañía de patinaje sobre hielo que la trajo no pudo dar una sola función debido a que contrataron a un ingeniero en refrigeración buenísimo para hacer cubitos de hielo, pero no para helar el piso de la Arena México.
Américo le encargó a su publicista, Carlos Estrada Lang, que le inventara una personalidad atractiva a la gringuita patinadora. Y así, producto de las lecturas románticas de Carlos, como “La Luna” y “Seis Peniques”, nacieron Tongolele y su leyenda de princesa de los maoríes.
Al fin se nos hizo ver a Tongolele. Y qué bueno, porque no tardó en ponerse exigente y pedirle aumento de 20 pesos diarios a Mancini. Por supuesto, no se los dio y la exótica se fue a mover las caderas al “Follies”.
Pero ya Américo y Carlos conocían el camino. Esta vez echaron mano de una gringa, para variar, que se llamaba Rosalyn Smith, o algo así por el estilo, y que hasta se daba el lujo de saber bailar tantito. Nomás tantito.
Estada Lang había leído la novela “Cocaína”, de Pitrigilli, y de ahí clonó a Kalantán, la viciosa bailarina enamorada de Arnold, el periodista drogadicto con el que bebía champaña en altas copas de bordes escarchados con cocaína.
Kalantán tuvo bastante éxito en el “Tívoli” –en donde la vimos mis cuates y yo por lo menos un par de veces y muchas, muchísimas más en los cabarets del circuito de las exóticas. Pero Tongolele, desde el “Follies”, hacía fuerte competencia.
La nueva exótica les dijo a Américo Mancini y a Carlos Estrada Lang que para acabar de una vez por todas con la Tongo estaba dispuesta a posar desnuda para los anuncios del “Tívoli”.
Aquella publicidad habría sido decisiva, pero el empresario pensaba a futuro: “Nada de desnudos –dijo–. México todavía no está para eso”.
Y tenía razón, porque las exóticas, con todo y que salían con poca ropa –poca pero estratégicamente distribuida–, fueron escandalosamente condenadas por las Ligas de la Decencia y perseguidas por algunas autoridades. Pero esta es ya otra historia. Adieu.
* Tomado de “Revista de Revistas”,
publicación del diario EXCÉLSIOR,
No. 4483, Diciembre de 1999.
Ventaneando, Lunes 12 de Noviembre de 2018.