UMBRAL ENTRE DOS MUNDOS
Tulum es el único de los grandes centros religiosos de la
península de Yucatán que permaneció como un sitio de
peregrinaje y adoración, incluso hasta la época moderna.
Aún ahora los mayas creen que Tulum volverá un
día a desempeñar un papel especial en sus vidas y
en nuestro mundo.
DURANTE décadas, los mayas han contado a los visitantes que desde los vestigios de Tulum sale un camino invisible que pasa bajo el mar. Cuando el camino se abre, el mundo pasa por allí: nuevas mercancías, viejas monedas y pueblos de forasteros. Algunos extranjeros serán amigos, otros, enemigos, y los mayas deben intentar vencerlos. Así fue desde un principio, desde que guardamos memoria.
Cuando los mayas cuentan de este “camino” que sale desde Tulum se refieren a la memoria colectiva de un antiguo lugar amurallado sobre la costa que bordea las aguas del mar Caribe. Tulum sirvió de umbral a un vasto mundo, cuando menos desde el Posclásico Tardío.
Cuando los comerciantes nativos viajaban por las costas, se encaminaban hacia la playa entre barreras de arrecifes hasta las arenosas playas, guiados por banderas o fogatas. Bastaba subir a través de un hueco en los acantilados, entrar al sitio parapetado tras murallas y salir por cualquiera de las cinco estrechas entradas del lugar; así, ante ellos se desplegaba el vasto y denso interior de Yucatán.
La conquista española y el despoblamiento de la mayoría de las costas cerraron el umbral de Tulum hacia los mayas peninsulares. Su papel en el vasto comercio con el mundo exterior como sitio costero fue retomado sólo hasta principios del siglo XIX. Los pueblos yucatecos del interior comenzaron a descubrir y requerir rutas perdidas hacia la costa y establecieron incipientes asentamientos cerca de las espectaculares y quijotescas ruinas de Tulum.
En 1842, John L. Stephens y Frederick Catherwood visitaron Tulum y publicaron relatos e ilustraciones de la “ciudad sepultada en la selva”, asombrosamente conservada por ese entonces. Sus descripciones despertaron vivo interés entre supuestos exploradores y arqueólogos de México, Estados Unidos y Europa. Pero no hubo seguidores inmediatos: el levantamiento generalizado de indígenas a mediados del siglo, conocido como Guerra de Castas, puso freno a los trabajos en Yucatán e impidió el paso de visitantes a la legendaria ciudad, lo cual dio lugar a un nuevo e inesperado auge bajo el régimen restaurado de los indios mayas.
Hombre y Dios en Tulum. Después de varios años del alzamiento surgió un nuevo culto entre los rebeldes mayas: el de las cruces parlantes. Los guerreros de la Cruz establecieron su capital tierra adentro en Noh Cah Santa Cruz Balam Nah (actualmente Felipe Carrillo Puerto). En otras partes, los mayas fundaron centros más pequeños o independientes, cada uno con su oráculo, mando militar y jerarquía religiosa. Uno de esos centros estuvo en el área de Tulum, muy cerca de la costa y de las estructuras prehispánicas.
En 1863, los caudillos de la iglesia maya de Santa Cruz murieron a manos de adversarios y el oráculo de la Santa Cruz fue acallado. Tulum tuvo entonces el oráculo más importante de todos los rebeldes mayas que aún estaban en armas contra Yucatán y los jefes militares más temerarios tuvieron que humillarse, aunque fuera sólo de palabra, ante el hombre y la mujer que encabezaron el culto en la costa.
El oráculo y sus servidores se establecieron por fin en Villa Grande de Santa Cruz Tulum. Los rebeldes mayas guardaron el oráculo en una aldea de casa techadas de paja, no en las ruinas mismas; allí se arrodillaban para escuchar el mandato divino. Pero los indios reconocieron también el carácter sagrado de las ruinas aledañas; colocaron una cruz en el santuario del Castillo y alimentaron la memoria del lugar como umbral especial hacia el mundo externo, hacia el pasado y el futuro.
Abriendo el umbral de Tulum. Los comerciantes de Honduras británicas simpatizaban con los rebeldes mayas y ocasionalmente enviaban mercancías, por mar, hasta el norte de Tulum, donde embarcaban palo de Campeche y otros productos que demandaban en esa colonia británica. Sólo estos aliados aledaños se atrevieron a acercarse a Tulum. Tras cuatro décadas de feroces guerras, algunos rebeldes mayas y algunos blancos trataron de abrir el umbral para buscar la paz y el comercio con el exterior.
Los primeros intentos fueron pequeños y cautelosos. Guiados como en los tiempos anteriores por la vista de la cúspide del Castillo, los comerciantes navegaban desde Isla Mujeres hacia la costa, enarbolando banderas blancas y aguardando con cautela la aparición de los mayas. No tuvieron que esperar mucho. Los mayas interrogaron a estos primeros visitantes sobre sus razones. ¿Sabían dónde estaban?; ¿no habían escuchado acerca de que los blancos que llegaran serían asesinados? Los forasteros respondían que sabían bien dónde estaban y lo que arriesgaban, pero tenían noticias de que los alzados ya no eran tan beligerantes y ya no asesinaban a los blancos sino sólo cuando los atacaban.
Así, los comerciantes se aventuraban a llegar con sal y herramientas, y dispuestos a comprar cuanto vendieran: pollos, maíz, hamacas, cerdos. El interés de los fuereños en los productos de los alrededores de Tulum crecía rápidamente, especialmente con el resurgimiento de la demanda mundial para el palo de Campeche, del que había bosques a los que se podía acceder fácilmente en las inmediaciones de Tulum.
Los contactos de los aliados con los rebeldes mayas tardaron en afianzarse. Discutían entre sí: ¿debían recibir a los forasteros cerca de las ruinas costeras? La diferencia de opiniones dividió a los líderes rebeldes y las facciones combatieron ferozmente. El joven comandante Aniceto Dzul creyó que era deseo divino que se abriera el camino de Tulum. El viejo cabecilla de Santa Cruz, Crescencio Poot, sostenía lo contrario, pues había controlado durante años el comercio desde un puesto fronterizo de Honduras británicas y no veía la necesidad de abrir nuevas rutas hacia el exterior. El general Poot perdió la discusión y sus tropas lucharon con los seguidores de Aniceto Dzul, quien arrasó los reductos cercanos a Tulum, ocupó la capital rebelde de Santa Cruz y ejecutó a Crescencio Poot.
Así, el comercio y el paso por Tulum continuaron durante un tiempo. En 1887, el antiguo director del Museo Regional de Yucatán, Juan Peón Contreras, decidió conquistar Tulum y a su gente con astucia, dádivas, música, plegarias y buen trato. Se reunió con su partida cerca de las ruinas y desembarcó a un kilómetro de distancia, sobre la costa. Los mayas de Tulum lo recibieron bien, creyendo que eran, como algunos decían y según la profecía, los emisarios de una nueva era de renacimiento y prosperidad.
Tulum nuevamente clausurado. Luego de esto, ningún extraño se aventuró en Tulum y aún los nativos comenzaron a emigrar en busca de libertad y seguridad, a los “caminos abiertos” que otros lugares podían ofrecerles. A principios del siglo XX, el ejército mexicano se movilizó para terminar con los rebeldes mayas; el general Victoriano Huerta desembarcó en Tulum con 500 soldados y marchó tierra adentro, donde derrotó a los alzados de Santa Cruz.
Tras la derrota y dispersión de los rebeldes mayas, poco a poco comenzaron a llegar a la mítica costa de Tulum visitantes de otro cuño: arqueólogos atraídos por las famosas descripciones e ilustraciones de Stephens y Catherwood. Por lo menos diez expediciones científicas llegaron a Tulum durante las tres primeras décadas del siglo XX. Al principio, los mayas no aparecieron ante los forasteros, aunque dejaban evidencias de que usaban las ruinas ocasionalmente para resguardarse y como lugar de culto. El área que rodea al Castillo estaba desmontada y aún cuidaban el crucifijo guardado en una de las cámaras superiores.
Ya sea envalentonados o asustados, finalmente comenzaron a enfrentar a los visitantes blancos de Tulum, como lo hicieron con el príncipe William, de Suecia, que estuvo allí en 1920. Aunque le permitieron visitar el sitio, le prohibieron excavar o llevarse algún objeto, pues eso enojaría a sus dioses y tendría funestas consecuencias. En 1922, mayas armados confrontaron acremente al arqueólogo Sylvanus Morely durante su estancia en Tulum. Cuando explicó que se dedicaba a estudiar el sitio y que era inglés –lo cual resultó favorable ante los mayas–, le dieron permiso de seguir y lo invitaron a regresar.
Pero no todos los mayas estuvieron de acuerdo en esta recepción, igual que en tiempos anteriores. En la tradición oral se guardaba memoria de la primera vez que desembarcaron forasteros. Los españoles eran pocos y el rey de los mayas no concedió mayor importancia a su llegada. Por fin los expulsaron y vinieron más, los cuales lograron la conquista del territorio y el rey maya y su gente tuvieron que escapar hacia el este por el camino bajo el mar. ¿Quién podría saber qué consecuencias acarrearía la llegada de nuevos forasteros a Tulum?
Finalmente, perdieron el control sobre las afamadas ruinas. A mediados de los treinta el gobierno mexicano quedó a cargo de la conservación del lugar y el sitio fue resguardado por el ejército, que impedía la entrada a las cámaras superiores del Castillo, antes venerado por los mayas. Los líderes protestaron por la intromisión y planearon expulsarlos por la fuerza, en caso de ser necesario. Para ello trataron de conseguir el apoyo de los arqueólogos extranjeros y sus gobiernos. Por fin se resignaron a los nuevos tiempos y a la realidad que confrontaban como ciudadanos mexicanos: estarían en paz.
Décadas más tarde los mayas aún afirman que el camino a Tulum está clausurado, lo cual suena raro, tomando en cuenta los miles de visitantes mexicanos y extranjeros que desfilan por el lugar cada año, pues Tulum es uno de los sitios arqueológicos más visitados de México. A él llegan turistas de todos los rincones del planeta, suben las escalinatas del Castillo y miran las aguas azules del Caribe. Aún así, los mayas afirman que el camino está cerrado. De cierta manera lo está, pues ya no sirve de umbral entre un mundo y otro, ya no es sitio de comunión entre hombres y dioses.
Las ruinas son el mudo testimonio de un tiempo ido y los mayas del lugar lo saben. Algunos esperan todavía que las cosas cambien, tal y como se auguró.
Cuando llegue el momento, han escuchado decir, el camino a Tulum volverá a abrirse y el mundo cambiará. Hasta entonces, los espectaculares monumentos que penden sobre el Caribe exaltan vivamente la imaginación de forasteros y nativos.
(Doctor en Antropología por la Universidad
John Hopkins en Baltimore, Maryland, USA).
* Tomado de la revista bimestral
Arqueología Mexicana, 9º Aniversario.
Volumen IX, No. 54; Marzo-Abril 2002.
(Fotos tomada de Google).
Ventaneando, Reynosa, Lunes 11 de Julio de 2022.