Relato de enésimo atraco carretero
¡POBRE gente!, sucumbió a la violencia criminal tamaulipeca; pero por fortuna vive para contarlo.
Venía alegre de su fin de semana en la Playa de Miramar y retornaba confiada a Monterrey. La camioneta Equinox 2008 se desplazaba a buena velocidad –entre 110 y 130 kilómetros por hora–, con rumbo franco al norte.
Contentos y satisfechos con el baño de mar, el recorrido les parecía una delicia. El verdor de vastas superficies labrantías en el sureste del Estado, sus multicolores hatos ganaderos, contrastando con el ocre de tierras diezmadas por la sequía en municipios del centro. Era un mosaico de policromía viva que, dicen, les parecía atrayente y dio al grupo tema de conversación en largo tramo.
Atravesaban precisamente la zona yerma de Xicoténcatl por la que serpentea la carretera de Ciudad Victoria a Tampico, vía Zaragoza, cuando los alcanzó la violencia. Imparable, imbatible e impune.
Eran las 4:00 de la tarde del pasado domingo. Corriendo a no menos de 150 kph, de acuerdo con un testimonio, se les emparejó una camioneta pick up color rojo. Cuatro tipos les apuntaban con rifles y pistolas a los cinco ocupantes de la Equinox, al tiempo de ordenarle a la conductora se saliera del camino en una brecha.
Ella, una maestra regiomontana de escuela primaria, temió lo peor. Lo pensó en fracciones de segundo: Que los sujetos empezaran a disparar si no acataba sus órdenes. Y si lo hacía, qué les pasaría a todos estando en sus manos: A su anciana madre, de 75 años; a su hijo adolescente; a su hermana, enfermera profesional y al pequeño hijo de ésta, de tan solo 5 años.
A gritos y con las obscenidades clásicas en ellos, los asaltantes aterrorizaron al quinteto de paseantes sin dejar ni un instante de apuntarles con las armas. Parecía que en cualquier momento les dispararían.
La brecha escogida para el atraco es el camino que conduce a la “Presa Emilio Portes Gil”. Se localiza en el kilómetro 87 de tal carretera, que conforme a reportes de la Policía Federal ha sido escenario de infinidad de asaltos a vehículos y despojo de los mismos.
No fueron ellos la excepción. Los delincuentes obligaron a la maestra a conducir la unidad a gran velocidad hasta aproximadamente un kilómetro distante de la carretera. Allí, en medio de la soledad y el silencio, roto solo por las imprecaciones del cuarteto de hampones, los viajeros tuvieron que entregarles todo: Bolsos, carteras, relojes, anillos, aretes, cadenas con imágenes, pulseras… y los celulares. Por supuesto, y sobre todo, también la Equinox.
Nunca dejaron de apuntarles con los dos rifles negros, probablemente AK47, según la imprecisa descripción de una de las víctimas, y un par de pistolas, éstas al parecer escuadras calibres .45 y/o .380, que a la anciana –llamémosla doña Paula–, le parecieron horrendas.
“Traían unas pistolotas, con las que nos mataron de miedo”, se quejó la pobre septuagenaria, con los ojos desorbitados y atribulada porque la hija perdió su vehículo.
En su rostro estaba dibujado el pánico. Igual se percibía en el semblante de la profesora, que no dejó de llorar por largo rato. En tanto su hermana, ya se dijo, enfermera, lucía calmada pero terriblemente pálida. Los dos chicos no mostraban rasgos de inquietud, aunque el más pequeño agachaba la cabeza y no respondía preguntas.
LA POLICÍA CARRETERAL
“Caminamos, no sé, un kilómetro o kilómetro y medio, que a mí me parecieron cientos, con mi pobre madre ranqueando por sus dolencias”, le explicó la dueña del vehículo Chevrolet plagiado al par de oficiales de la Policía Carreteral que atendieron su caso.
Estos fueron interceptados por un par de reynosenses que viajaban en su automóvil, procedentes también del puerto jaibo y se devolvieron de unos 200 metros para atender la ayuda que esa gente pedía a gritos y manotazos. Los levantaron en una peligrosa pendiente, poco adelante de la salida de la brecha a la presa y los llevaban hacia el poblado Zaragoza, distante a unos 15 ó 20 kilómetros –en el trayecto avisaron a su casa en Monterrey del incidente, a las 5:33 de la tarde, a través del celular de uno de los reynosenses–, cuando aparecieron por el carril contrario los policías.
“Nadie nos hacía caso ni se compadecían viéndonos caminar por la carretera”, decía llorosa la maestra, “hasta que aparecieron estos señores, que nos mandó Dios a salvarnos”.
No obstante el trance de muerte en que estuvieron los cinco, la conductora de la Equinox dijo haberles dado “la bendición” a los asaltantes cuando los dejaron libres. Pudieron haberlos matado pues les vieron los rostros, pero cree que algo les hizo recapacitar para no asesinarlos. Tal vez fue por la anciana y el niño, estimó.
Los oficiales llevaron en la patrulla a la familia a Estación Zaragoza y la protegieron hasta que llegaron parientes en su auxilio. Estos viajaban en otro vehículo, que también venía de Tampico y se les adelantó de regreso a la Sultana. Mas la llamada hecha por el celular prestado sirvió para que, triangulando, les avisaran del desaguisado hallándose aun en la carretera y se devolvieron a encontrar en dicho poblado a estas enésimas víctimas de la violencia delincuencial en Tamaulipas.
Los dos miembros de la Policía Carreteral pasaron reporte radiofónico del atraco a su central en Ciudad Victoria. Pero les dijeron a los aterrados regios que nada podían hacer en su favor mas que darles protección en Zaragoza. Sin embargo, no dejaron de instruir a la profesora sobre lo que debía hacer y acudir a la capital tamaulipeca a presentar en la Procuraduría General de Justicia del Estado la denuncia del asalto y robo.
PARA NUNCA VOLVER
Al filo de las 8:30 de la noche esa gente ya estaba en Linares, Nuevo León. Desde allí la dueña de la Equinox se comunicó a Monterrey con la aseguradora del vehículo. Le enviaron un ajustador, que tomó el reporte y también la instruyó para formular la denuncia que dará pie al reclamo del seguro por robo y pérdida total.
También con premura, entre lunes y martes, la mujer y su hermana cancelaron los cuatro teléfonos celulares que les robaron. Hubo un aparente intento de los ladrones de utilizar uno de los aparatos, pero al parecer no pudieron hacerlo por tratarse de un teléfono moderno, nada fácil de operar si se desconoce el sistema.
De igual forma, la educadora llamó a tres bancos para cancelar tarjetas de crédito y débito, así como una chequera de la cuenta que ella maneja de la escuela en que trabaja. “Me la llevé por error”, lamentó.
Al día siguiente del brutal atraco el reportero telefoneó a casa de la maestra en la capital neoleonesa para inquirir sobre secuelas y consecuencias. No la consiguió porque andaba haciendo más trámites en relación a lo ocurrido. Pero contestó la enfermera, quien se deshizo en expresiones de agradecimiento y elogio para el par de reynosenses que los auxiliaron.
“Fueron dos ángeles que nos mandó Dios. No acabaremos nunca de dar gracias por su ayuda. No sabemos qué hubiera sido de nosotros si no nos levantan ellos de la carretera, porque nadie, absolutamente nadie durante media hora, se quiso parar a ayudarnos”, refirió la enfermera, quien trabaja en una clínica del IMSS en la Sultana.
Al preguntársele sobre la condición de su madre, su hijito y el sobrino, indicó que doña Paula quedó muy impresionada con la visión de las armas con que los encañonaron y la familia, que dijo es muy numerosa y unida, va apoyarla con asistencia sicológica. Por lo que respecta al niño y el jovencito, la mujer cree podrán superar el episodio tan traumático con ayuda en el seno familiar.
Deploró también la entrevistada la escasa o casi nula vigilancia militar y policiaca que encontraron en el camino, tanto de ida el viernes como de regreso el domingo.
“¿Vigilancia?, ¿cuál?, si solo vimos una que otra patrulla de las negras por el rumbo de ‘El Chorrito’ y un pequeño convoy del Ejército al que rebasamos llegando a Altamira. De regreso únicamente nos tocó ver la patrulla de la Policía Carreteral que interceptaron nuestros salvadores y nos llevó a Zaragoza. Es muy poca la vigilancia, por eso los delincuentes hacen de las suyas”, expresó quejumbrosa.
En efecto. A lo largo de la carretera Reynosa-Ciudad Victoria ese fin de semana pasado se contaban con los dedos de la mano, y sobraban dedos, las unidades policiacas federales y las patrullas militares que hacían retenes o rondines de vigilancia. Pero donde no se vio ninguno de tales vehículos fue en la ruta Ciudad Victoria-Zaragoza-Tampico, lo que aprovecharon los maleantes para perpetrar quién-sabe-cuántos-atracos.
La familia de la maestra ha sido viajera frecuente a la Playa de Miramar y propagandista entusiasta de su belleza y sus atractivos. Incluso numerosos de sus miembros jóvenes han organizado viajes escolares a ese paseo turístico, alojándose en los hoteles del lugar o bien acampando en la arena.
Y, después del trago amargo que pasaron, ¿les quedan todavía ganas de visitar esa playa maderense, que es de las más bellas del Golfo de México?, –se le preguntó a la enfermera.
Su respuesta fue centrada pero lapidaria:
“Mire: La playa es muy bonita, como pocas y no tiene ninguna culpa de lo que nos pasó. La culpa la tienen los gobernantes de Tamaulipas, que a mi juicio no hacen lo necesario para brindar seguridad a su gente y a los visitantes de otros estados. Por eso quedamos bien escamados, para nunca más volver a recorrer por inseguras las carreteras de Tamaulipas; nunca…”
La réplica no admite comentarios.