Historiador.
La Gran Película de 1957
La mancuerna María Félix-Pedro Infante encontró en este icónico filme dirigido por el Indio Fernández la ocasión para hacer con sus entrañables habilidades histriónicas un exacerbado guiño al indigenismo aleccionador de mediados del siglo pasado.
“SI niña: y cuando mueren los inamorados, el alma de ellos se mete en los cinzontles pa’ seguirle cantando su cariño a tata Dios”, piensa el indio Tizoc mientras sostiene en sus brazos a su enamorada. Él es el último descendiente de príncipes tecuates que hasta entonces ha sido odiado y perseguido por los pobladores de un pueblo mixteco que visita, lo mismo para cazar con su poderosa honda a los animales, que para comerciar con las pieles que les arranca íntegras.
Ella es una altiva mujer criolla que vuelve de la ciudad al pueblo de Oaxaca y, tras una serie de eventos inesperados, enamora al noble y sabihondo tecuate.
Con María Félix y Pedro Infante encarnando a estos personajes, la historia relata el día a día de Tizoc en la sierra oaxaqueña con la que además se funde, por el solo hecho de ser un hijo puro de la naturaleza a la cual conoce sobremanera. Nada parece perturbar su armonía. Además, ¡cómo no ha de irle bien si está protegido por su virgencita María, a la que le canta todos los días!
Y como en toda historia romántica, la oportunidad para el idilio le llega a Tizoc cuando ve por vez primera a María. En adelante, la disputa será por consumar un amor imposible dada la diferencia racial y social entre criollos e indios, evocando quizá la más pura aquiescencia novohispana.
Pero la religiosidad y el indigenismo que han forjado a Tizoc no solo son la pauta de su bondad y sumisión, sino dos de los parajes más importantes en los que se adentró con ahínco el cine nacional y otras artes a mediados del siglo pasado, buscando contribuir a la esencia nacional que desde las instituciones se había cincelado desde décadas atrás y que las generaciones de mexicanos presentes y próximas debían aprender a aquilatar.
Con este propósito también es que el trabajo de Emilio Fernández, la Doña y el Ídolo del Pueblo, incluso el de Andrés Soler (dando vida al padre) apuntaló con su fama una época en la que estos cánones se desbordaron; a veces, de forma desmedida. La propia Félix dijo alguna vez que le parecía inverosímil el personaje de Tizoc. “Los indios no se peinan, ni caminan ni hablan como él (…) son picudos, nos dan tres vueltas a ti y a mí”, dicen que le dijo la diva a don Emilio. Y para aceptar y aguantar el papel –cuenta María–, le pidió un jugoso contrato que el otro pudo cumplir gracias a que hipotecó su casa.
De Tizoc hay mucho más que decir sobre México y que la hacen atractiva, como que en realidad el espectacular paisaje de cielo claridoso e intenso verdor, con sus aguas fulgurantes, no era Oaxaca sino Tenango de las Flores, un lugar del norte de Puebla que hasta la fecha pervive tan vigoroso como en la cinta y que quien sea que lo visite podrá notar que sus pobladores no solo recuerdan la estancia de los actores durante la filmación, sino que recurren a ella como actividad turística.
* Tomado de la revista mensual
“Relatos e Historias en México”,
No. 125; Enero-Febrero 2019.
Ventaneando, Viernes 18 de Enero de 2019.