Dos veces candidata a la Presidencia de la República –la primera mujer en serlo en México–, más allá de sus causas específicas, ella construyó un singular liderazgo político: honesto, incorruptible, intransigente, leal a la gente. Nunca aceptó negociar el contenido de su lucha, nunca aceptó la indemnización a los familiares de los desaparecidos forzados. Por ella, ese delito se incorporó al Código Penal del Distrito Federal y al Código Penal Federal.
EN 1974 emergió a la vida política doña Rosario Ibarra, conocida en el viejo lenguaje patriarcal como Rosario Ibarra de Piedra. En ese año, su hijo Jesús Piedra Ibarra fue desaparecido. A partir de entonces doña Rosario inició una lucha intensa por la presentación con vida de su hijo. En ese camino doloroso se encontró con otras madres de desaparecidos y con muchos compañeros. Con ellas y con ellos formó el Frente Nacional Contra la Represión (FNCR) y más tarde el Comité Eureka.
Gracias a su lucha épica, con huelgas de hambre en Catedral, movilizaciones y denuncias, logró poner luz sobre el ominoso fenómeno de la desaparición forzada de luchadores sociales y líderes políticos de oposición por órdenes de gobernantes. Logró que las autoridades presentaran con vida a 150 de los más de 500 desaparecidos políticos contabilizados.
Con las masacres de 1968 y 1971, entre otras, el Estado mexicano cerró los cauces institucionales, constitucionales, pacíficos, de la participación política. Muchos de los jóvenes que desafiaron al orden autoritario impuesto, ya por las vías violentas ilegales, ya por la vía pacífica, fueron víctimas de una guerra sucia debido a la cual muchos resultaron desaparecidos.
En 1982 Rosario Ibarra se convirtió en la primera mujer candidata a la Presidencia de la República. Nuevamente lo fue en 1988.
Conocí a doña Rosario en 1984, a partir de la relación con los dirigentes del Partido Revolucionario de las y los Trabajadores (PRT), partido político que la postuló a la Presidencia de la República. Sergio Rodríguez Lazcano, Edgar Sánchez, Lucinda Nava, Arturo Anguiano, Adolfo Gilly, Patricia Mercado, entre otros, acompañaron a dona Rosario por largos años.
Tiempo después, recibí a doña Rosario Ibarra en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal (ALDF), en 1998, acompañada de algunas de las Madres de Plaza de Mayo y de Tatiana Clouthier. Y en el año 2000, a propuesta de ella misma, incorporamos en el Código Penal del Distrito Federal el delito de desaparición forzada por vez primera en la historia de México. En el año 2001 recibimos a doña Rosario en la Cámara de Diputados, y también en el Código Penal Federal se incorporó dicho ilícito.
Más allá de sus causas específicas, Rosario Ibarra construyó un singular y extraordinario tipo de liderazgo político: honesto, incorruptible, intransigente en los principios, leal a la gente y a sus luchas. Doña Rosario Ibarra nunca aceptó negociar el contenido de su lucha, nunca aceptó el concepto de indemnización a los familiares de los desaparecidos, nunca aceptó dar por muertos a los desaparecidos. Nunca transó, nunca se corrompió, nunca se rindió.
El nombre de Rosario Ibarra está en la historia junto al de Demetrio Vallejo, al de Valentín Campa, al de Rubén Jaramillo, al de Heberto Castillo y al de todos esos luchadores sociales incansables e incorruptibles.
Por eso, el Senado de la República se anota un gran acierto al otorgarle la Medalla Belisario Domínguez a doña Rosario Ibarra. Es una buena manera de comenzar a cerrar la herida profunda provocada por la guerra sucia. Es reconocer que hubo desapariciones forzadas y es, también, asumir que esto no puede volver a ocurrir más.
* Senador de la República.
Tomado de “El Universal”.
Viernes 11 de Octubre 2019.
Ventaneando, Viernes 18 de Octubre de 2019.