Periodista.
(Actualmente “Pueblo Mágico de San Luis Potosí”, con modernos hoteles y restaurantes, era una población minera, hoy turística, enclavada en el corazón de la Sierra de Catorce. Este artículo se escribió hace 20 años).
OCULTO entre las montañas potosinas, solitario, silencioso, se encuentra Real de Minas de la Limpia Concepción de Guadalupe de los Alamos de Catorce, como en un principio se llamaba este singular pueblo “fundado por real cesión de tierras hechas por el marqués de Cadereyta en 1639” y confirmado por real cédula del rey Carlos III en 1767.
Se puede llegar a él por ferrocarril, bajando en Estación Catorce y siguiendo el trayecto a pie o bien viniendo desde Matehuala, por el camino de piedra que pasa por los viejos poblados de El Potrero y La Luz, hasta llegar al túnel Ogarrio, de 2,260 metros, que atraviesa el cerro. Así, Catorce, como le llaman sus moradores, es probablemente la única población en el mundo a la cual se entra a través de un túnel.
Fue fundado por don Silvestre López Portillo a mediados del siglo XVIII, cuando los buscadores españoles de metales encontraron las primeras vetas. De las minas se extraía plata en abundancia. Las principales fueron: Descubridora, Purísima, Guadalupe, Dolores, Zavala, Refugio y San Agustín.
La plata era trasladada en un tranvía eléctrico que, atravesando el túnel, llegaba hasta la Estación de Potrero. De ahí, en tren, la trasladaban a las haciendas de fundición que había en Cedral y otras partes.
Durante los siglos XVIII y XIX, Real de Catorce fue una villa próspera y populosa. Había dinero y cultura. Las altas esferas de la sociedad se vestían a la moda que imperaba por ese tiempo en Europa.
Entre los habitantes había condes y marqueses que representaban al rey de España. Las principales distracciones eran el palenque de gallos, la plaza de toros, la banda de música y las estudiantinas.
La presencia española y morisca aún se deja sentir en las grandes casas señoriales, ahora en ruinas, en la predominante arquitectura colonial, en los magníficos puentes y arcos que se conservan, en las calles empedradas, en los balcones, en las herrumbrosas rejas de las ventanas, y en el Rebote, lugar donde se jugaba pelota vasca y donde todavía se mantiene en pie el robusto frontón de piedra.
Real de Catorce fue uno de los centros mineros más ricos de la Nueva España. Pero a principios de nuestro siglo XX, lamentablemente, entró en decadencia debido a la falta de caminos adecuados que hacía difícil el traslado de metales a la fundidora de Matehuala, que era entonces la más próxima. Además, varias minas sufrieron graves inundaciones.
Todo ello, aunado al estallido de la Revolución que sacudió al país en 1910, motivó que la villa fuera abandonada. Los primeros en marcharse fueron los empresarios mineros, y en seguida los trabajadores que al quedarse desempleados no tuvieron más remedio que emigrar, en busca de mejores horizontes.
Pronto sólo quedaron en el pueblo unas cuantas familias y las casas abandonadas sufrieron un rápido deterioro por la acción del medio ambiente. Construcciones de piedra, algunas de gran tamaño, que todavía hoy permanecen desocupadas, sin techo, a veces con puertas y ventanas clausuradas han sido invadidas poco a poco por la impetuosa naturaleza, sobre todo por los nopales, que son los nuevos inquilinos. Así puede afirmarse que en el pueblo hay más nopales que gente.
Sólo en el centro se encuentra habitado; hacia las orillas, salvo alguna esporádica casa ocupada, no se advierte otra cosa más que el abandono y el visitante al recorrer las sinuosas callejuelas, no puede evitar sentir una sensación de vacío, de soledad. De ahí que la fama de Catorce ha cobrado el título de pueblo fantasma. Silencio por todas partes. En Catorce ni los perros ladran.
Con los empresarios mineros llegaron los religiosos franciscanos que fundaron dos capillas pequeñas y después de la iglesia que se encuentra en el panteón, rodeada de tumbas.
Otro atractivo de Real de Catorce es el pintoresco cementerio. Ahí existen tumbas que datan de 1800 y algunas de las leyendas escritas en las lápidas son por demás interesantes, pues dicen mucho de la historia de Real de Catorce donde los muertos son más numerosos que los vivos, como en Comala, el pueblo fantasma que surgiera de la asombrosa imaginación de Juan Rulfo.
Hay una montaña cerca de Real de Catorce, que es conocida como la Montaña Sagrada de Wirikuta o El Quemado, pues es visitada constantemente por los huicholes que, sobre todo en Semana Santa, vienen desde el lejano Nayar. Esta montaña constituye un auténtico templo al aire libre para los huicholes, que depositan ofrendas y recolectan peyote.
El consumo de esta biznaga alucinógena los hace entrar en una especie de trance; tienen visiones y alcanzan un nivel de conciencia emparentado con el misticismo. Tal vez por eso el peyote es conocido en la región como “la carne de Dios”. No sólo lo comen los huicholes, sino también los visitantes ocasionales y artistas que vienen de fuera, algunos de los cuales permanecen por largo tiempo en el pueblo.
Cabe señalar, de paso, que Real de Catorce es un excelente refugio para el artista sediento de soledad y quietud espiritual; su muy particular atmósfera, sus recovecos y escondrijos, lo mismo que la cercanía de la naturaleza, son propicios para la creación.
Desde el Voladero, por ejemplo, se puede observar un paisaje hondo y montañoso realmente extraordinario; los ocasos son espléndidos y, al amanecer, se aprecia abajo, en el valle, un insólito mar de nubes.
Caminar por el centro, a mediodía, es engañoso. El viajero se siente inclinado a pensar que en el pueblo hay mucha gente pero conforme se aleja del centro se va encontrando con el Real de Catorce abandonado por sus dueños, un pueblo fantasma hecho de piedras, techos, nopales y un viento helado que no deja de sentirse.
* Tomado del magazine “Revista de Revistas”,
No. 4476; publicación del periódico ‘Excélsior’.
Mayo de 1998.
Ventaneando, Lunes 14 de Mayo de 2018.