Historiador
Las ultracarreras rarámuris en Chihuahua
TODOS en alguna etapa de nuestra vida hemos corrido en mayor o menor medida. Probablemente en medio de algún juego o como recomendación del médico, si no es que para escapar de algún potente puño a la nariz. Lo cierto es que para una larga lista de personas el acto de correr en el siglo XXI ha dejado de ser una actividad cotidiana para convertirse en un lujo físico.
El maratón, por ejemplo, se ha transformado en un evento bien trazado que pocas personas se plantean llevar a cabo y que siempre es ganado por atletas profesionales.
Es en este contexto que las carreras rarámuri (“piés ligeros”) en Chihuahua son muy especiales y reconocidas a nivel mundial. Los ganadores de estas competencias no suelen ser los atletas que estamos acostumbrados a ver, con calzado especial, electrolitos bien cuantificados y ropa deportiva de última tecnología; sino los habitantes de los poblados ubicados en la Sierra Tarahumara, capaces de correr hasta doscientos kilómetros en medio de las barracas, equipados únicamente con telas ligeras, guaraches y vitaminados por agua y pinole.
Su éxito se debe a que el continuo movimiento de piernas responde a una condición geográfica y cultural. Un aislamiento obligado ante el avance de los españoles hacia el norte y la necesidad de salvaguardarse ante los cambios producidos por los conquistadores. Así es que desde pequeños, y siempre por caminos agrestes, cuidan y trasladan sus rebaños a pie a la vez que acuden corriendo a las poblaciones vecinas, en medio del inclemente frío decembrino o del terrible calor de verano, para comerciar lo que han logrado producir.
Al madurar es tal su condición física que la comunidad organiza carreras entre sus miembros como un modo recreativo y para dar recompensas a sus mejores exponentes.
Los resultados de estos destacados eventos han llevado a las autoridades a apoyar a los rarámuris dentro y fuera de la frontera, patrocinando ultramaratones y transportando a los corredores a competencias, como las Olimpiadas de Amsterdam de 1928. En muchos casos se han obtenido excelentes resultados, en otros singulares decepciones debido a las formas, desconocidas para los rarámuris, de sobrellevar una carrera de “corta distancia” como el maratón, pues mientras ellos consideran que los primeros cuarenta kilómetros son de calentamiento, los estándares modernos rivalizan con el cronómetro y la perfección cuantificada.
De todas maneras, en su territorio son imbatibles y ultramaratonistas profesionales de todo el mundo vienen al país para intentar domar los bien trazados senderos elaborados por curtidos pies de sexo indistinto, y sorprenderse al ver que los locales prefieren premios en especie como frijoles o maíz, mientras que el atleta tira la toalla a media jornada y suspira la pérdida de una gratificación en efectivo.
* Tomado de la revista mensual
“Relatos e Historias en México”,
No. 61; Septiembre-Octubre 2013.
Ventaneando, Viernes 13 Octubre 2017.