UN RECUENTO HISTÓRICO DE HACE 32 AÑOS
+.- Francisco Cabañas, el primer medallista, viajó a Los Ángeles
1932, gracias a una colecta pública.
+.- Desacato militar de Humberto Mariles para poder competir
en Londres 1948.
+.- El secreto de Daniel Bautista: “Tomar la punta y… ¡al diablo
los demás!”.
(Segunda y Última Parte)
NUEVE años más tarde ese nombre será repetido, con admiración, por el mundo entero. Es ya “Arete” un poderoso caballo de salto, aunque de pequeña alzada. Y vence a los más finos, espléndidos ejemplares europeos y estadunidenses. Ha perdido el ojo izquierdo y por eso le llaman “El rey tuerto” y esa es la razón por la que, después de 12 años de preparar un equipo ecuestre para competir en Londres 1948, el entonces teniente Humberto Mariles Cortés recibe una orden inusitada en las oficinas de la Presidencia: se cancela la participación de México en las pruebas ecuestres de la Olimpiada.
Pero Mariles y su escuadra deciden jugarse el todo por el todo. Harán el viaje. Son militares y están conscientes del grave desacato. Saben que tendrán que vencer, o enfrentarán el deshonor. Abandonan furtivamente el país. En Estados Unidos y en Canadá obtienen espectaculares victorias que reiteran en el afamado circuito europeo previo a los Juegos Olímpicos. Deslumbran. El papa Pío XII quiere conocerlos. Los felicita. Los insta a la victoria final. Esta se produce el día de la clausura de los décimocuartos juegos, con el estadio de Wimbley lleno a toda su capacidad. Son, “Arete” y Mariles, los últimos competidores de la primera Olimpiada de la posguerra. Y realizan un magnífico recorrido que asegura, para México, las dos medallas de oro en el Premio de las Naciones: individual y por equipos.
Rubén Uriza Castro parte entonces a un recorrido de desempate contra el francés Jean F. D’Orgeix y el coronel estadunidense Franklin Wing, los vence y conquista la de plata individual. Tres preseas que se suman a la de bronce obtenida por el equipo de los tres días, encabezado también por Humberto Mariles. Gran victoria. Se han disipado, en México, los últimos resabios de la justificada ira presidencial.
Y se brinda con leche, el más preciado líquido en la devastada capital británica, por triple motivo: el jovencito que comparte habitación con Humberto Mariles también ha conquistado una medalla, ésta de bronce. Se llama Joaquín Capilla, es clavadista y de ahí parte hacia una brillante carrera que lo convierte, en mi modesta opinión, en el más destacado deportista mexicano de todos los tiempos: medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Helsinki 1952, año en el que captura, también en plataforma, el título nacional de los Estados Unidos: en 1953 es doble campeón estadunidense: en plataforma y en trampolín. Y en los Juegos Olímpicos de Melbourne 1956 se instala en la inmortalidad: bronce en trampolín y oro en plataforma… Joaquín Capilla: honor al deportista que se sobrepuso a las más severas lesiones hasta llegar al triunfo; honor al hombre que, años más tarde, supo sobreponerse a sus propias debilidades hasta convertirse, nuevamente, en un modelo a seguir.
Estos personajes mencionados aquí a vuelapluma son, para mí, nuestros pioneros.
Los que marcaron el camino. Vinieron después los héroes modernos. También vencieron mil dificultades. Y el sabor de la victoria fue para ellos el mismo que para quienes les antecedieron. También dejaron constancia del amor por su país y del orgullo de ser mexicanos.
Juanito Botella, bronce en plataforma, en Roma 1960. El inolvidable Juanito es tomado de la mano por la blanca dama, aquélla que no hace distingos y que nos lo arrebata prematura, dolorosamente, en 1970… Juan Fabila, peso gallo, bronce en Tokio 1964. Y, después, el esplendor de México 68: Pilar Roldán, esgrimista arrancada al tenis, obtiene medalla de plata y es la primera mexicana que sube a un podio olímpico; le sigue Maritere Ramírez, quien no fue concertista de piano, pero a cambio obtiene presea de bronce en los 800 metros de nado libre, en la misma piscina en la que Felipe “El Tibio” Muñoz –quien, en su niñez, fue parte de un equipo que ofreció una exhibición al presidente estadunidense John Kennedy–, conquista la de oro en los 200 de pecho y lleva al pueblo mexicano al paroxismo… Álvaro Gaxiola, competidor en Roma 1960, alejado de la fosa de clavados por una grave lesión durante un entrenamiento, regresa y a los 31 años de edad gana medalla de plata en plataforma… Como plata conquista el esforzado sargento José Pedraza en los 20 kilómetros de marcha… Y el admirado equipo de boxeo: oro para el peso mosca Ricardo Delgado y para el peso pluma Antonio Roldán; bronce para el peso medio Agustín Zaragoza y para el peso completo Joaquín Rocha.
Siguiendo con el pugilismo: Alfonso Zamora conquista medalla de plata en aquellos trágicos juegos de Munich 72, y Juan Paredes, en permanente lucha por ser alguien en la vida, bronce en Montreal 76, donde el espléndido Daniel Bautista sitúa a la marcha mexicana, por fin, en el primer lugar olímpico: oro en los 20 kilómetros. Preguntaban a Daniel el secreto de sus éxitos. Responde él con toda sencillez: “Tomar la punta y al diablo los demás”.
En Moscú 80, y después de competir en las dos olimpiadas previas, plata en plataforma para Carlos Girón, el chiquillo aquél que en Acapulco se lanzaba al mar en pos de las monedas arrojadas por los turistas. Y su madre, que se lo tenía prohibido, atizaba irreverente, sin piedad, las olímpicas posaderas de su hijo… Tres medallas de bronce en equitación. Como en los viejos tiempos. Por equipos e individual para Joaquín Pérez de las Heras, ambas en el premio de las naciones. Y habría que revisar cuidadosamente la historia de los Juegos Olímpicos para saber si existe otro caso, como el de los dos Alberto Valdez, de padre e hijo que ganan medalla en la misma prueba: Don Alberto, el padre, fue compañero de Humberto Mariles y de Rubén Uriza en aquella epopéyica justa de 1984… Bronce también para el equipo de los tres días.
Los Ángeles 1984: Todo es para la marcha mexicana. Oro para Ernesto Canto en los 20 kilómetros… Ernesto Canto, quien lesionado se abrazara, sollozante, a su ídolo Daniel Bautista, descalificado debajo de un puente en Moscú. Y el 1-2 con la de plata para Raúl González, quien, días después, conquista la de oro en 50 kilómetros. Han pasado doce años y tres juegos olímpicos desde su primer intento, en Munich 1972. Llora Raúl González al entrar solitario a recorrer el tramo final en la pista del Memorial Coliseum Stadium. ¿De alegría quizás? No sólo de eso. Se mezclan en su interior las sensaciones. Pero predominan el dolor, la nostalgia, el recuerdo del coro, de aquel cántico de fe que su madre susurraba a su padre, quien, en tranquila agonía, esperaba la llegada de la muerte. Murió don Heriberto González poco tiempo antes de que su hijo se convirtiera en apenas el segundo deportista mexicano que, en una Olimpiada, gana dos medallas en pruebas individuales.
El peso gallo Héctor López, quien radica en California pero defiende su mexicana nacionalidad, obtiene plata, como plata conquista, en lucha, Daniel Aceves. Él hace realidad sus sueños infantiles, aquellos, forzados al ver en acción a su padre, Bobby Bonales, luchador profesional. Noche a noche, antes de dormir, Daniel libraba encarnizados combates con su muñeco de trapo. Bronce para el pedalista Manuel Youshimatz, quien, en primero de secundaria, escuchó a su maestra de educación física decirle: “Ay, Manuel… ¡Tú nunca vas a ser nada en la vida!”.
Finalmente, Seúl 88… Bronce para el peso mosca Mario González, justo cuando se desvanecían las esperanzas mexicanas; y bronce asimismo para Jesús Mena, la grata sorpresa. Recuerdo que algunos reporteros mexicanos, que estábamos en el centro de prensa en la conferencia aquélla en la que se daba a conocer que Ben Johnson era despojado de su gran victoria por ingerir sustancias prohibidas, tuvimos que volar hasta el complejo de Chamshill para ver cómo nuestro clavadista obtenía la medalla en plataforma.
Luego seguiría Barcelona 92…
Y esa sería una Nueva Historia.
* Tomado de la revista mensual
“Metas de la Juventud y el Deporte”.
Órgano de la Comisión Nal. del Deporte.
Año I, No. 2; Junio de 1990.
Ventaneando, Reynosa, Lunes 27 de Junio de 2022.