Académico, periodista, diplomático y político; Diputado Federal del PRD.
LA tempestad llama al faro antes que al timón. Antes de virar a babor o a estribor, los barcos y los países al borde del naufragio tienen que orientarse para salir del peligro. No han de buscar el este ni el oeste, sino el norte: No un punto cardinal de la geometría electoral sino la guía de la ética política. El destino ha de determinarse una vez que se ha librdo la borrasca y se ha salvado la embarcación nacional.
La tormenta de podredumbre que enfrentamos es de dimensiones bíblicas. Nos azotan lluvias torrenciales de inmundicia, vientos huracanados de fetidez. ¡Y todavía hay quienes se preguntan de dónde viene el temporal!
Es la corrupción, estúpidos. Es la degradación moral de un régimen que se ahoga en su propia excrecencia. Donde se toque sale pus. Quien encuentre una obra pública limpia, una que no oculte pillerías para enriquecer más a gobernantes y contratistas, que le construya un monumento.
No son solo sobreprecios obscenos que dilapidan el erario de un pueblo zaherido por la pobreza, son también corruptelas criminales que obvian materiales y procedimientos básicos en las construcciones para maximizar ganancias personales.
Son empresas fantasmas, son contratos de equipos o servicios innecesarios, son hordas de aviadores y asesorías sobrevaluadas, son acaparamientos para la escasez rentable, son especulaciones monetarias e inmobiliarias con información privilegiada, son concesiones con contraprestación accionaria, son mordidas al mayoreo, son fondos de moches, son sentencias compradas, son autonomías controladas y canchas disparejas, son manipulaciones informativas.
Es la impunidad. México es un vehículo robado, movido por huachicol y sumido en el inveterado socavón del paso exprés a la probidad.
¿Qué aconseja la vieja guardia? ¿Qué le exigen los viejos señores de arca y cuchillo a la nueva generación de gobernadores voraces? Prudencia en el saqueo. Robar sin llegar al punto del escándalo, evitar la ostentación. Hacer bien sus fullerías para que el orden federal no tenga que ayudarlos con negligencias pactadas cuando presiones extranjeras o clamores sociales obliguen a su captura.
En pocas palabras, ser corruptos legales, ejercer la deshonestidad con estricto apego a derecho como lo hacían sus mayores. Si ya se sabe que la ley no está hecha para castigar la transa sino la deslealtad, vía descuido o torpeza, ¿para qué exponerse?
Ah, y conviene asociarse con el crimen organizado, pero con sagacidad y orden. ¿Qué es eso de permitir balaceras en cualquier parte, y extorsiones y secuestros y cadáveres por doquier? Por eso no hay reconcomio en el reino cuando se tiene que penalizar a los cómplices feudales: se lo merecen por tarugos.
Esta es la penosa situación del Estado mexicano. Y el Estado, dice una espléndida definición que quisiéramos soslayar, es la sociedad políticamente organizada. El cáncer está en la cabeza, en la cúpula del poder, pero su metástasis invade todo el cuerpo.
Ha llegado a tal grado la descomposición que el apoyo comunitario a los delincuentes ya no se explica solamente por los empleos y la protección que las organizaciones delincuenciales dan a la gente, sino también por el repudio popular a la autoridad. He aquí la más peligrosa mezcla de violencia: Criminal, oficial y social. Se gesta la transfiguración del capo, previa ideología falsificada, en Robin Hood.
Y es que la emergencia no es ideológica. Yo soy socialdemócrata y tengo un proyecto de nación que quiero ver instrumentado en México, pero reconozco que la prioridad es sobrevivir al naufragio. Si bien urge cambiar la política económica y la estrategia de seguridad, urge más erradicar la corrupción rampante que todo lo echa a perder.
También soy parlamentarista, y sé que el gobierno de coalición es necesario pero insuficiente, porque una coalición salpicada de corruptos no puede producir más que una gobernabilidad gatopardista. Un cambio de régimen pasa por un reclutamiento selectivo en la reserva moral de las oposiciones. Honradez eficaz. Honestidad para reformar y conducir las instituciones de un Estado que, si no es fallido solo porque sigue operando, sí está intrínsecamente podrido. Quienes lo han corrompido no podrán enderezarlo.
Solo manos limpias y aptas podrán redimir a esta nación atormentada.
* Tomado del periódico El Universal.
México, Jueves 27 de Julio de 2017.
Ventaneando, Viernes 20 Octubre 2017.