
SITUADA muy cerca del Centro Histórico, entre las calles de Insurgentes Norte y Paseo de la Reforma, se encuentra una de las edificaciones más características de la Ciudad de México que aparece con frecuencia en carteles, tarjetas postales y obras pictóricas.
En medio de una amplia plaza, llamada Plaza de la República, muy concurrida entre semana y desierta los días de descanso, se eleva el Monumento a la Revolución. Está conformado por cuatro grandes arcos y una gran cúpula recubierta de cobre.
La mayoría de la gente desconoce la historia de esta construcción que resume bien una de las épocas más interesantes de México: El final del gobierno de Porfirio Díaz, la Revolución Mexicana y la construcción del moderno país que habitamos.
En tiempos de don Benito Juárez la Cámara de Diputados sesionaba en Palacio Nacional, pero un incendio accidental consumió sus instalaciones y los legisladores tuvieron que buscar un nuevo espacio. El gobierno decidió recuperar el Teatro Iturbide, el cual era rentado desde 1851 al empresario Francisco Arbeu, y acondicionarlo en forma emergente.
El edificio, situado en la calle Allende, se inauguró el 1 de diciembre de 1872 al tomar posesión el presidente Sebastián Lerdo de Tejada.
Después de él, Porfirio Díaz llegó al poder para encabezar el mandato presidencial más largo en México. Hombre con gran autoridad, el Poder Legislativo parecía interesarle poco, pero con el paso de los años se vio en la necesidad de mostrarle respeto.

Entre 1896 y 1897 dispuso la construcción de un nuevo Palacio Legislativo. La Secretaría de Obras Públicas destinó un presupuesto de cinco millones de pesos y asignó a la obra un amplio terreno en la calle de Ejido, actual Avenida Juárez.
Llegaron 50 propuestas de arquitectos destacados, como Adamo Boari, quien construyó el Correo Mayor, y Antonio Rivas Mercado, autor de la Columna de la Independencia. El proyecto ganador fue el de Pietro Paolo Quaglia, un italiano que pertenecía al jurado; sin embargo, Quaglia falleció en 1899, sin haberlo iniciado. Entre polémicas, la obra se suspendió por tiempo indefinido.
En 1903 se lanzó una nueva convocatoria, esta vez en Francia. Al no obtener los resultados planeados, el proyecto se asignó al arquiteco francés Émile Bérnard. Su creación se inspiraba en el Capitolio de Washington, retomaba elementos del arte griego y se pensaba darle bellos terminados de mármol italiano y granito noruego.
El peso de la obra, que sería el mayor edificio de gobierno en América Latina, fue de casi cien toneladas. Esta incluyó una espaciosa galería, el recinto legislativo, biblioteca, salas de lectura y consulta y un área para recepciones oficiales, entre muchas otras secciones, organizadas en torno de una cúpula central elevada a 63 metros del piso.
Sólo la estructura tomó seis años en armarla y el 23 de septiembre de 1910, como parte de las Fiestas del Centenario de la Independencia, Porfirio Díaz colocó la primera piedra.
Un par de meses después comenzó la Revolución y la obra se detuvo. Cuando llegó a la presidencia, Francisco I. Madero quiso continuar con el proyecto; no obstante, se estimaba que llevarlo a buen término costaría 50 millones de pesos y la economía de guerra impedía hacer un gasto de esa magnitud.
Al poco tiempo, Madero murió en un golpe de Estado y los trabajos de nuevo quedaron suspendidos. Los diputados siguieron sesionando en el viejo Teatro Arbeu hasta la década de 1980, cuando abrió sus puertas el Palacio Legislativo de San Lázaro.
* Tomado de revista “Solo para ti” No. 07, agosto 2005.
Editorial Televisa, en convenio con Sanborn Hermanos.