LA estructura del que sería el edificio del Palacio Legislativo sirvió para la colocación de anuncios comerciales y varios de los elementos que habrían de decorarlo hallaron un nuevo destino. El águila que iría sobre la cúpula fue empleada para rematar el Monumento a la Raza. Las esculturas alegóricas de mármol que irían en la fachada se usaron para decorar el frente del Palacio de Bellas Artes. Los leones creados para proteger la entrada principal fueron dispuestos a la entrada del Bosque de Chapultepec.
En 1921, en las naves laterales se instaló la Exposición Comercial Internacional del Centenario, iluminada con 20 mil lámparas, a lo largo de sus 15 mil metros cuadrados.
La muestra contaba con tres pisos de galerías, un cabaret y un teatro con elementos de estilo azteca. Siete años más tarde Alberto J. Pani, entonces secretario de Hacienda, contactó al arquitecto Bérnard, que aún vivía, para proponerle la conversión de la obra en un Panteón Nacional, pero el arquitecto murió sólo unos meses más tarde.
La idea para aprovechar la estructura para las instalaciones de la Suprema Corte de Justicia de la Nación o para un jardín botánico también fue descartada. Después de tantos intentos fallidos se dispuso desmantelar la estructura para aprovechar los materiales. Las partes laterales se desarmaron y desaparecieron al cabo de algunos meses.
La estructura restante era la cúpula, que comenzó a desarmarse en 1932. El arquitecto Carlos Obregón Santacilia, autor del viejo Hotel del Prado y las oficinas centrales del IMSS, contactó a Pani y le propuso que los trabajos se suspendieran: las ruinas del porfiriato podrían servir para levantar un monumento a la Revolución.
Su plan fue bienvenido. El armazón de acero se recubrió con piedra labrada, tezontle y cantera de Chiluca, en un proceso que se extendió por ocho años y requirió el trabajo de tres mil obreros. Los gastos corrieron por cuenta del gobierno y del Partido Nacional Revolucionario.
En los cuatro puntos cardinales de la cúpula fueron dispuestos grupos escultóricos creados por Oliverio Martínez, con alegorías de la Independencia, la Reforma, las leyes agraria y obrera. En su libro Historia de un símbolo (1989), Moisés Miranda Valtierra explica que también intervinieron los escultores Francisco Zúñiga y Federico Canessi, y que las propias esposas de los albañiles sirvieron como modelos.
El resultado final es un conjunto de estilo art decó donde hoy reposan los restos de Venustiano Carranza, Pancho Villa, Francisco I. Madero, Lázaro Cárdenas y Plutarco Elías Calles.
El Monumento cuenta con dos elevadores para subir a la cúpula. El primero sigue una dirección vertical, hasta alcanzar las terrazas interiores. El segundo presenta una trayectoria curva que guarda la forma de la cúpula y conduce hasta la linternilla o parte superior, no siempre en servicio. También puede ascenderse por una escalera.
En la cima el esfuerzo se ve recompensado con una espléndida perspectiva de la Ciudad de México, la misma que tuvo el artista Juan O’Gorman para realizar varios de sus trabajos pictóricos más destacados.
De este modo, el Monumento a la Revolución es mucho más de lo que ofrece la primera impresión: Está hecho de ilusiones incumplidas, planes fallidos y el esfuerzo de varias generaciones. Resume en su alma de acero varias épocas de México y es elemento único en el paisaje de una ciudad moderna y dinámica, pero siempre anclada en sus tradiciones.
* Tomado de revista “Solo para ti” No. 07, agosto 2005.
Editorial Televisa, en convenio con Sanborn Hermanos.