Crecer por dentro

Dedico este artículo a mi compañera,
que es parte de mi agradecimiento
diario y esperanza: Patricia.
A veces me pregunto cuándo inició el acelere de la vida moderna, en qué parte del camino se perdió el encanto de disponer espacios y momentos para el disfrute de los instantes, esos minutos en que nuestra alma encontraba el remanso dentro del vértigo de la vida que hoy vivimos.
Algunas de estas vivencias entrañables las rescato con nostalgia: las pláticas de la terraza al caer la tarde, las lecturas en el suave vaivén de la mecedora, la convivencia de las sobremesas; la correspondencia manuscrita que encerraba dos valores: el afecto contenido en las palabras y el tiempo dedicado en expresarlo; la contemplación de la belleza de la aurora o el crepúsculo, las conversaciones sin prisa, sin agenda; las reuniones espontáneas, visitar a la gente, nada mas porque sí, porque las quieres y te quieren; caminar en el parque, sentarte en una banca y dejarte acariciar por el aire y el canto de las aves; recostarte en el jardín, como cuando eras niño y en las noches dedicabas un rato a la intrascendente tarea de contar estrellas; en fin…
La vida está llena de círculos continuos, unos se abren y otros se cierran, se gana y se pierde, se aprende del fracaso y se superan miedos; la incertidumbre frecuentemente nos acompaña, llega la experiencia y a través de afinar nuestras acciones y emociones descubrimos y aprendemos que la vida no es justa ni perfecta, que lo importante no sólo es avanzar, sino simplemente vivir, disfrutar lo mejor que se pueda el camino y, al final, dejar las cosas un poco mejor de como estaban.
Regreso al punto inicial, el mundo nos impone un ritmo frenético producto de muchas cosas, entre ellas: la globalización, la competencia, productividad ante todo, presión de los medios sociales, el flujo incesante de la información, la innovación constante, la tecnología, cuánto tienes – cuánto vales, como te ven te tratan, se confunde precio con valor y así, hasta el infinito. Presión, tensión y ansiedad, un círculo más que vicioso, pernicioso.
Luego entonces, mi reflexión en esta colaboración es en el sentido de que en la lista de propósitos de inicio de año, consideremos seriamente dedicar algún momento del día a simplemente no hacer nada. Detenernos y descansar apoyados en el placer esencial de la contemplación, como puede ser: “mirar por la ventana”.
Observar lenta y placenteramente, como seguramente la humanidad lo ha hecho desde el principio de los tiempos; en especial esos locos geniales (filósofos griegos) que cultivaron la observación a través de la ventana de la vida, descubriendo y describiendo la belleza, el milagro y el misterio de la condición humana.
Debemos entender que no se trata de llegar rápido, sino de llegar bien a la meta, disfrutando el recorrido; que sostener un ritmo acelerado termina por destrozar la maquinaria y aumenta el riesgo de accidentes, de perder la salud, de ser infelices y de obtener malos resultados.
Dejemos también de sentirnos culpables por crear momentos de inactividad; no debemos aceptar la píldora de la perfección y competencia atroz. Entender, como lo decía Aristóteles, que la clave está en el balance, que es en el oasis de tranquilidad cuando se piensa, se saborea, nos cargamos de energía y se cultiva la emoción creativa. Ya lo he dicho otras veces, vivimos una época de mucha información sin reflexión, conocimiento sin sabiduría y de conectividad tecnológica pero cada vez más con aislamiento individual e indiferencia.
A partir de ahora voy a incluir en mis propósitos de cada día: tomar unos minutos para pensar que a veces no hacer nada es hacer algo. Por ejemplo, voy a dedicar un rato a ser agradecido y a brindar por la esperanza, pensando que soy el director de la orquesta que llevo dentro y en la importancia de afinar los instrumentos, para continuar con la sinfonía de la vida.
Me despido, no sin antes decir gracias por los ayeres que alimentan y por la esperanza (como dice el poema), que a la vida nos lanza a vencer los rigores del destino. Gracias, también, por el día de hoy en que pude escribir y compartirte estas ideas y palabras.
Mis mejores deseos en este año que inicia y recuerda que la felicidad está dentro de cada uno de nosotros y depende de nosotros encontrarla.
Afectuosamente, tu amigo…
* Monterrey, NL; 13 de enero de 2014.
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