Historiador
LA PRIMERA MÉDICA MEXICANA
Para realizar sus estudios tuvo que superar numerosas trabas y pruebas. Enfrentó el rechazo social a que la mujer se dedicara a actividades profesionales, que la alejaran de la obligada vida doméstica y la maternidad. También al menosprecio de los académicos, que la creían incapacitada para la práctica del bisturí, las entrañas y la sangre.
FUE tanta la emoción que vino el desmayo. No era para menos: Aquella mañana del 25 de agosto de 1887 había surgido la primera médica mexicana con estudios y título universitarios. La protagonista de este acontecimiento, Matilde Montoya, alcanzó a escuchar el coro de aplausos que inundó el Hospital de San Andrés tras la aprobación por unanimidad de su examen práctico de medicina.
Lo que ya no pudo oir completo fue el discurso elogioso del secretario de Gobernación, Manuel Romero Rubio –quien había asistido en representación del presidente Porfirio Díaz, su suegro–, pues en ese momento cayó al piso. El enorme esfuerzo realizado la había hecho desfallecer; sin embargo, poco después pudo ponerse en pie y salir del recinto escoltada por profesores, estudiantes, familiares y otros asistentes que había atestiguado el histórico hecho.
El camino para llegar allí no había sido nada fácil. Nacida el 14 de marzo de 1857 en Ciudad de México, Matilde Petra Montoya Lafragua enfrentó no solo el rechazo social a que la mujer se dedicara a actividades profesionales que la alejaran de la obligada vida doméstica y la maternidad, sino –como ha señalado su biógrafa, la historiadora Ana María Carrillo–, también el menosprecio de los académicos que creían que el “sexo débil”, debido a su sensibilidad y a que los sentimientos dominaban su ser, no estaba capacitado para la práctica del bisturí, las entrañas y la sangre.
Pese a todo, Matilde demostró lo contrario. En 1870 ingresó a la Escuela Nacional de Medicina para hacer la carrera de obstetricia, aunque pronto tuvo que abandonarla por problemas familiares. Después de ejercer como partera en Morelos, regresó a Ciudad de México y continuó sus enseñanzas, hasta que en mayo de 1873 obtuvo su título de obstetra.
Realizó prácticas en el Hospital de San Andrés y se especializó en enfermedades de señoras. Luego abrió su consultorio en Puebla, donde gozaba de una amplia clientela, conformada principalmente por mujeres, aunque también sufrió ataques de médicos que quisieron desprestigiar su trabajo, según Carrillo.
A finales de 1881 la encontramos de nuevo como estudiante de la Escuela de Medicina, dispuesta a cursar la carrera. En principio fue un importante logro que la aceptaran, aunque tuvo que cumplir ciertas medidas para proteger su poder, evitar la “promiscuidad” y hacer frente a la desaprobación de la sociedad, como cubrir los cadáveres desnudos cuando fuera posible o practicar a solas cuando realizara estudios anatómicos o cirugías.
Para continuar con su enseñanza universitaria tuvo que superar diversas trabas; entre ellas la negativa para revalidar algunos de sus estudios, por lo que solicitó al Congreso de la Unión y luego al secretario de Justicia e Instrucción Pública, Joaquín Baranda, la autorización para realizarlos de manera paralela en la Escuela Nacional Preparatoria, donde sería la primera mujer en pisar las aulas, aunque en 1884 también se enfrentó a la arbitrariedad de un profesor que la reprobó injustamente, un hecho que causó un escándalo en la prensa.
En un tiempo en que se prohibía a las mujeres la entrada a conferencias científicas en Madrid o Londres, Montoya sufrió los embates de académicos y una sociedad que censuraban que la mujer incursionara en profesiones consideradas solo de hombres o la creían física y mentalmente impedida para ese tipo de actividades. Aunque también contó con el respaldo de figuras del mundo intelectual como José María Vigil o Laureana Wright, así como de las autoridades, incluidos los presidentes Manuel González y Porfirio Díaz, quienes en ocasiones le proporcionaron ayuda económica para libros de texto u otras herramientas que le permitirían seguir con sus estudios.
En 1887 Matilde estaba lista para presentar su examen teórico como primer paso para obtener su título universitario. La tarde del 24 de agosto, después de contemplar la plaza de Santo Domingo, ingresó a la Escuela de Medicina, donde se encontró con nada menos que el presidente de la República, Porfirio Díaz, quien presidiría el jurado de manera honoraria. Después de dos horas de duros interrogatorios, la joven superó la prueba y se preparó para el examen práctico del día siguiente, tras lo cual le otorgarían el título de médica cirujana partera, la primera en México.
De esta forma la doctora Matilde Montoya –quien dejaría este mundo en 1938, tras una gran trayectoria en la medicina–, quebraba la visión tradicional de cómo debía ser la mujer y abría el camino para que muchas más mexicanas rompieran los moldes e incursionaran de manera más amplia en los ámbitos científico y profesional.
* Tomado de la revista mensual
“Relatos e Historias en México”
No. 132; Septiembre de 2019.
Ventaneando, Lunes 23 de Septiembre de 2019.