Viajeros rumbo al harem
Llegan desde las aguas polares hasta la isla San Benito, en Baja California, en donde los machos escogen hasta quince hembras para cumplir el ciclo de la reproducción.
VIAJAN miles y miles de kilómetros por mares ignotos hacia una isla mexicana para cumplir el rito de la reproducción milenaria. Son los elefantes marinos, esos enormes mamíferos que en el agua deslizan toda la gracia de que son capaces, y en tierra reptan con su desgarbada figura.
La ternura de sus ojos disfraza muy bien la fiereza de su instinto a la hora de defender su espacio vital, en el que cohabitan con sus hembras.
Ah, porque debe usted saber que los elefantes marinos pertenecen a esas especies (¿afortunadas o desgraciadas?) a quienes la Naturaleza permite la poligamia. Poderoso, dueño de celos mortales, el macho posee un grupo de hembras a quienes se encarga de preñar para la conservación de la especie. El número de “esposas” en ocasiones es de 5, aunque se han contado 15. Cuando ellas se encuentran en período de gestación, el macho por ningún motivo permitirá que nadie traspase su coto de propiedad.
Los elefantes marinos año con año instalan sus hogares en la isla San Benito, situada a la mitad del brazo peninsular de Baja California, y frente a la isla Cedros. En ese lugar deben luchar por un espacio vital no sólo contra los de su misma especie sino con otros animales, de los cuales la orca (llamada injustamente “asesina”) es su principal enemigo, puesto que para ella las crías del elefante marino representan lo más suculento que pueda existir en el mundo. otros animales, de los cuales la orca (llamada injustamente “zo peninsular de Baja Cael bocado más suculento que pueda existir en el mundo.
Primo de las focas y las morsas, el elefante marino forma parte de un grupo único de mamíferos pinnípedos (es decir, que se desplazan en tierra mediante sus aletas) que se alimentan de carne. Llegan a territorio mexicano desde regiones polares y se cree que tal viaje lo realizan desde hace unos 85 millones de años, en la época del Mioceno.
Como ocurre a muchos seres vivos del planeta Tierra, su principal enemigo es el hombre, sin duda el mayor depredador de la Naturaleza, aquel que ha llevado la necesidad de cazar por hambre y frío hacia esferas de disfrute y deporte, lo que ninguna otra especie se permite.
Si, en efecto, el elefante marino es un monstruo de ira incontenible cuando se atenta contra su propiedad, en otras circunstancias es un apacible saco de hermosa piel y grasa, con una de las inteligencias más altas en el mundo marino. Debido al temor que la humanidad despierta en estos animales, la reproducción de estos mamíferos es un misterio para la ciencia.
Se ignora si la ovulación es inducida mediante la copulación o es provocada por el semen que los machos depositan sobre la arena para ser recogido por la próxima madre. Se ha podido determinar que el semen penetra en uno de los dos úteros que posee la hembra, en uno de cuyos compartimientos alternativamente se desarrolla un solo feto.
Las crías nacen con apenas unos cuantos centímetros de estatura e inmediatamente, por instinto, se arrastran por la playa para alcanzar el mar, en donde aprenden los secretos de la natación. Al crecer, los machos alcanzan un tamaño de seis metros y las hembras de tres. El peso varía de la tonelada a las tres toneladas, de acuerdo con la alimentación, más que con la edad o el sexo.
El color de su piel se va oscureciendo con el tiempo y en la nariz se le forman protuberancias que llegan a medir hasta 50 centímetros, por lo cual se les llama así a estos animales puesto que recuerdan a los elefantes terrestres. Pero hasta ahí llega el símil. Al contrario de sus homónimos, los marinos en tierra son lentos debido a su enorme peso y su forma de locomoción. En cambio, en el agua son increíblemente ágiles.
Habitantes de agua y tierra, los elefantes marinos poseen un complicado sistema respiratorio que les permite extraer oxígeno del agua y permanecer en ella por varios minutos. Gracias a la gruesa piel que los cubre, compuesta principalmente de grasa, pueden soportar las bajas temperaturas de las profundidades polares.
Aunque viven en colonias, los elefantes marinos son especialmente celosos de su soledad. En sus kilométricos desplazamientos siguen a los líderes, pero ya en tierra, cuando es época de reproducción, prefieren vivir aislados del resto de sus compañeros de viaje.
Cada “familia” marca sus territorios con base en la fuerza, escoge a sus propias hembras y es muy frecuente que varios machos se queden sin compañeras para preñar. Se ha visto que cuando una hembra deja a alguna de sus crías, un macho “soltero” conduce a los pequeños hacia otra madre más cariñosa.
Aún le falta mucho a la ciencia por descubrir en torno a estos hermosos ejemplares de la Naturaleza. Sólo esperemos que la estupidez de la humanidad no acabe antes con los elefantes marinos.
* Tomado de la revista bimestral
‘Nosotros Los Petroleros’.
Año XII, No. 112; Ene-Feb 1991.
Ventaneando, Lunes 21 de Octubre de 2019.