(TEXTO DE HACE 14 AÑOS)
Casi un siglo después, Zapata y Guajardo se vuelven a encontrar. La última ocasión en que lo hicieron, Emiliano Zapata, el general, yacía tirado con siete impactos de bala, debajo del cuerpo de su caballo As de Oros. Jesús María Guajardo, el coronel federal, le había tendido una celada y ordenado su asesinato, una vez que lo convenció de que simpatizaba con su causa y se pasaría a su bando. Fue el 10 de abril de 1919. Hace 91 años. Hoy Zapata y Guajardo se vuelven a encontrar. Pero son Edgar y Carlos, familiares de ambos personajes, quienes reunidos por EMEQUIS hablan vía Internet de sus ancestros, de la Revolución y del México contemporáneo.Esta es la primera vez que ambas familias del general revolucionario y su asesino tienen contacto entre sí.
LA última cita entre Emiliano Zapata y Jesús María Guajardo tuvo un desenlace fatal. Ya se habían visto un día antes, el 9 de abril de 1919, en la estación ferroviaria de Jonacatepec, Morelos. A pesar de no conocerse en persona, Guajardo, un coronel del ejército de Venustiano Carranza, se había ganado la confianza del jefe del Ejército Libertador del Sur.
El joven coahuilense había convencido a Zapata de que simpatizaba con su causa y de que estaba dispuesto a pasarse de su lado. Había cumplido las promesas que le había hecho: arrestar y fusilar a soldados federales. Zapata, un curtido hombre de 39 años, cayó en su juego a pesar de las advertencias de sus hombres de que tarde que temprano Guajardo lo traicionaría.
Esa tarde, en Jonacatepec, al general Zapata le falló el mismo instinto que tantas veces lo había salvado, abrazó a Guajardo y selló su suerte.
Al día siguiente, el jueves 10 de abril, cuando rondaban las dos de la tarde, Zapata y 10 de sus hombres patrullaban los alrededores de la Hacienda de Chinameca, atento a la falsa presencia de federales.
Inquieto, pero sin enemigo aparente en la mira, Zapata perdió de nuevo el toque para detectar el ambiente que anuncia la adversidad: aceptó una invitación de Guajardo a comer en Chinameca.
Eran las 2:10. Apenas llegó a la entrada de la hacienda, una corneta rayó el silencio tres veces seguidas. Ya no hubo vuelta atrás. Los soldados de Guajardo asesinaron a Zapata y al fino alazán llamado As de Oros.
El coronel Guajardo, quien desde entonces carga con la etiqueta de ser uno de los mayores traidores en la historia de México, había consumado el asesinato del Caudillo del Sur.
El encuentro. El historiador Edgar Castro Zapata espera una llamada inusual en su oficina en Cuautla, Morelos. Por primera vez en su vida entablará conversación con un familiar del asesino de su bisabuelo Emiliano Zapata.
A casi mil kilómetros al norte, en Torreón, Coahuila, Carlos Espinosa Guajardo, administrador de sistemas computacionales, activa su conexión al servicio de llamadas por Internet, Skype, para comenzar la plática.
El abuelo de Carlos fue primo hermano del coronel Jesús María Guajardo Martínez, el único militar de la familia, que pasó a la historia como el responsable de la muerte del Caudillo del Sur.
EMEQUIS había contacto a los dos una semana antes y les propuso una plática vía Internet. Ambos aceptaron sin titubear.
El encuentro sin precedentes tiene un comienzo atropellado. El Internet falla, la interferencia les resta claridad a las voces y, de vez en cuando, la conexión de la llamada se interrumpe.
“Son los espíritus de Zapata y Guajardo, que no quieren se dé esta conversación”, bromea Edgar.
Después de una hora, la conexión se reestablece de repente. Ambos se miran por primera vez en la pantalla de sus computadoras.
El rostro de Carlos comparte la serenidad de su voz. No tiene relación directa con el coronel Guajardo, pero sus ojos almendrados y sus cejas rectas y oscuras tienen una similitud indudable con los de su tío abuelo, detalle que Edgar nota al instante.
La descendencia de Edgar es más obvia. Su tez y su cabello son más claros que los de su bisabuelo, pero Emiliano le heredó el bigote espeso y la mirada melancólica.
Se saludan cordialmente, hay risas nerviosas. Ninguno había considerado la posibilidad de este encuentro.
–Jamás me lo imaginé, pero está padre –comenta Carlos–. Digo, ahorita los problemas en el país ya son otros, son muy diferentes a los de la Revolución. No soy tan experto como Edgar, entiendo que es historiador, pero se me hace interesante compartir diferentes puntos de vista y aprender.
–Es un gusto conocerte, Carlos. Yo catalogo a los personajes históricos en su época. Nuestros ancestros tuvieron sus diferencias, pero eso fue hace 100 años. Me da gusto tener este contacto cuando se cumplen 100 años de la Revolución.
–Después del encuentro trágico de Emiliano Zapata y Jesús María Guajardo, ¿existió algún otro contacto entre las dos familias?
–Que yo sepa, no –contesta Carlos–. Yo desciendo del primo del coronel. No sé si por parte de los hermanos habría algún contacto, la verdad, lo ignoro. No sé si Edgar tenga algún conocimiento, pero por lo menos de parte de esta rama, no.
–No, yo tampoco sé de algún encuentro como éste.
–¿Qué imagen tienes de Emiliano Zapata? –se le pregunta al sobrino nieto de Jesús María Guajardo.
–Zapata es un personaje de la Revolución con ideales propios. Contribuyó de manera importante a que la tierra se administrara de una mejor manera y a que hubiera una mayor igualdad social, aunque todavía falta mucho por hacer. Como todo ser humano, Zapata tuvo sus aspectos buenos y sus aspectos malos.
–¿Cuáles fueron buenos y cuáles malos?
–El aspecto positivo es que luchaba por la gente necesitada, explotada. La tierra estaba repartida en pocas manos y no había una ley que le diera derechos a la gente que la trabajaba. En cuanto a lo negativo, creo que todos los revolucionarios tenían sus detalles. Tal vez fue un error el no haber logrado un acuerdo, no nada más por parte de Zapata, sino de Carranza y todos los demás, fue un error que ocasionó la muerte de sus líderes.
–¿Qué opinas de esto, Edgar?
–Sí hubo un intento de acuerdo en la Convención de Aguascalientes. Desgraciadamente, ahí surgió la enemistad de Carranza con Villa y Zapata. En la Revolución surgieron diferentes visiones de cómo debía ser México. El villismo quería sus colonias militares, Carranza quería un cambio pero más bien beneficiando a la clase acomodada, y Zapata, la tenencia de la tierra. Por eso se dan las guerras, porque no se pusieron de acuerdo.
–¿En tu opinión, tu bisabuelo Emiliano tuvo algún defecto?
–Creo que fue intransigente con el Plan de Ayala, ignoró sus errores. Su lucha por defenderlo fue un arraigo, se concentraba en el beneficio del campesino, pero no consideraba la modernización del país. Por esa fijación cae en Chinameca, porque estaba militarmente derrotado. Pero con su asesinato deja de ser el bandido y se convierte en mito. Tal vez está mal esta analogía, pero Guajardo es el Judas de Zapata. Gracias a Judas se reconoce a Cristo, gracias al coronel se canoniza a Zapata. Hago la analogía con todo respeto, Carlos.
–Sí, no te preocupes –contesta con su sutil acento norteño.
En 1918, el Ejército Libertador del Sur comenzó a debilitarse. Había perdido territorios estratégicos de Morelos a manos de las tropas del general carrancista Pablo González y comenzaba a tener conflictos y divisiones internas.
A pesar de su frágil estado, el movimiento zapatista continuaba siendo un obstáculo de peso para los objetivos del presidente Venustiano Carranza, por lo que éste deseaba más que nada la muerte de su líder.
Las amenazas de muerte a Emiliano Zapata se intensificaban al paso de los meses. Sus aliados le aconsejaron esconderse, pero él encontraba ilógico interrumpir una lucha que había construido durante ocho años. Aun así, estaba consciente del debilitamiento de su ejército y buscaba, con desesperación, adherentes y aliados.
El 21 de marzo de 1919, Zapata recibió una noticia que le devolvió el ánimo. Sus soldados le informaron que Jesús María Guajardo, comandante del XV regimiento del ejército carrancista, había sido encarcelado.
Guajardo, un soldado joven y apuesto de Candela, Coahuila, había causado disturbios en un hotel de Cuautla después de haberse embriagado en una cantina. Su superior, el general Pablo González, ordenó encarcelarlo como castigo a su comportamiento.
Zapata supo que Guajardo le guardaba un profundo rencor a González, quien lo había humillado incluso cuando el oficial regresó a su servicio.
El caudillo no lo pensó dos veces y le envió una carta a Guajardo, mediante la cual lo invitaba a unirse a su ejército, donde se le trataría “con las consideraciones merecidas”.
La carta nunca llegó a manos de Guajardo. Fue interceptada por Pablo González, que vio una oportunidad de oro para aniquilar a Zapata y de paso poner a prueba la lealtad de Guajardo.
El general le ordenó a su subordinado responderle la carta a Zapata, confirmando sus deseos de abandonar las filas carrancistas y unirse a su movimiento. Temeroso de arruinar su exitosa carrera militar o ser fusilado por traición, Guajardo aceptó la misión.
Después de pasar las pruebas de Zapata para comprobar su lealtad, entre ellas fusilar a 50 soldados carrancistas, Guajardo se ganó su confianza.
No pasaron muchos días del primer y único abrazo entre los dos, cuando Guajardo entregó a Pablo González el cadáver ensangrentado de Zapata en Cuautla. Por el éxito de su misión, el joven coronel fue ascendido a general y recibió 50 mil pesos en monedas de oro.
Para sorpresa del bisnieto de Zapata, el coronel Jesús María Guajardo no tuvo hijos.
“Falleció realmente joven”, le comenta Carlos, su sobrino nieto. “No alcanzó a casarse y a tener descendencia”.
Guajardo compartió un destino similar al de Zapata. En julio de 1920 se unió a la rebelión en contra del presidente provisional Adolfo de la Huerta. Ese mismo año fue arrestado y fusilado en Monterrey por órdenes presidenciales.
–¿Qué imagen tienes del coronel Guajardo? –se le pregunta a Edgar.
–Según los historiadores, los espías zapatistas lo escucharon gritar: “¡Viva Zapata!”. Con ese rumor, Zapata supo que tenía oportunidad de aliarse con él, pero Pablo González lo amenazó: si no obedecía sus órdenes terminaría con su carrera militar o lo mataría. Guajardo no quería echar en saco roto su gran carrera militar y cumple las órdenes de su general. El resto ya lo sabes.
–Carlos, ¿qué opinas de esta posibilidad de que Guajardo haya asesinado a Zapata en contra de su voluntad?
–Estoy totalmente de acuerdo. Era algo que platicaba mucho mi abuelo. Desafortunadamente, se le acusa mucho al coronel Guajardo de traidor, de cobarde. A mi abuelo no le gustaba eso porque él sabía que su familia era trabajadora, nunca les hizo mal a otros, no se hizo de dinero con trampas. Él platicaba que a su primo le gustaba mucho la milicia y por eso ingresó al ejército.
Además son originarios de Coahuila, de donde era Carranza. Tenía sus ideales muy apegados a los de él y obedeció órdenes. En las guerras se hace de todo y pues él hizo lo que consideró en su momento pertinente bajo las órdenes de Pablo González y el mismo Carranza.
–¿Cuándo fue la primera vez que supiste que estabas relacionado familiarmente con el asesino de Zapata?
–Desde que tengo memoria, mi abuelito platicaba sobre el coronel. Nos regaló el libro ‘El mito de Zapata’ porque quería que supiéramos quién había sido su primo y cómo habían sucedido las cosas. Me sorprendió saber que era pariente de alguien que pasó a la historia como asesino, pero mi abuelo siempre supo resaltar lo positivo, más que lo negativo.
–¿Sufriste un estigma por tu apellido?
–No, nunca. Mi abuelo fue filántropo, construyó escuelas en Torreón y fue respetado por la comunidad. Creo que la única vez que tuve que dar explicaciones fue cuando mis amigos y yo vimos la película de Zapata, en la que sale Alejandro Fernández. Mis amigos me preguntaron por el apellido y les expliqué la relación. Se sorprendieron y me hicieron bromas, pero nada más.
–¿Crees que el coronel fue tratado injustamente por la historia?
–Por algunos autores sí, porque lo llamaron traidor y cobarde. No fue así, es necesario considerar el contexto, como dice Edgar, fueron muchas las circunstancias que llevaron al asesinato del general Emiliano Zapata.
Edgar asiente con la cabeza mientras talla su bigote con los dedos.
Edgar, de 27 años, y Carlos, de 35, tienen pocas cosas en común. Edgar es director del Instituto Pro-Veteranos de la Revolución del Sur, en Cuautla, donde vigila el cumplimiento de las pensiones y derechos de las viudas de los veteranos en Morelos.
Carlos administra los sistemas académicos digitales de todos los campus del sistema del Tecnológico de Monterrey y da clases de computación en esa universidad. Sin embargo, sus conclusiones sobre el centenario de la Revolución Mexicana son similares.
–A 100 años de la Revolución, ¿se sienten obligados a hacer algo para cambiar al país?
–Definitivamente –responde Carlos casi de inmediato–. No estoy en la milicia, ni en la política, trabajo en una universidad. Procuro inculcar valores y la ética a mis estudiantes en la honestidad. La educación es la base para tener un país con una buena sociedad y economía. Ese es mi granito de arena. Independientemente de estar relacionado con algún personaje de la Revolución, es un compromiso que todos tenemos que tener.
–Yo continúo lo que formó mi abuelo Mateo desde los años 30 –subraya Edgar–. Sigo con sus trabajos de gestoría social para evitar que los campesinos sean víctimas de clientelismo político, que lo han sido desde que tengo memoria. Es el fracaso de la revolución agraria en México, la falta de visión. Zapata luchó por la tierra, Lázaro Cárdenas nos la dio, pero se les olvidó enseñarnos como mantenerla en la industrialización. Ahora la tierra ya no es de quien la trabaja, sino de quien la compra.
*Tomado del periódico “El Mañana”.
Reynosa, Jueves 18 Noviembre 2010.
Ventaneando, Jueves 28 de Noviembre de 2024.