QUIENES escribieron la historia de la transición democrática mexicana están perplejos. No entienden por qué los votantes le dieron a Morena, un partido de centro-izquierda nacionalista, la capacidad de cambiar la Constitución que ellos, delicadamente, tejieron desde los noventa. En profundo desconcierto solo atinan a llamar autoritarias a las mayorías, hegemónico al partido gobernante y clamar que se está destruyendo la democracia.
Su democracia. Los demócratas son ellos y solo ellos, nos dicen. El pópulo, ignorante y empecinado, votó por desbaratarlo todo. Se están poniendo las cadenas que ya se les habían quitado, nos comentan. La democracia era mejor sin demos.
En este texto propongo desaprender la historia de la transición democrática mexicana que nos enseñaron en la cúspide del neoliberalismo. Mirarla con ojos nuevos, datos e información. Mi hipótesis es que los académicos de la transición fallaron en comprender el alcance de lo que llamaron “democratización” por un vicio de origen: su pertenencia de clase.
En su mayoría miembros de las clases ilustradas y con picaporte al oído de las altas, quienes contaron la historia del México contemporáneo lo hicieron sin entender, incluir o siquiera considerar al sentir popular. Víctimas de la desigualdad del país que estudian, nuestros intelectuales nacieron con las gafas de quien apenas ve un par de deciles y decidieron nunca quitárselas.
No pretendo reescribir lo que pasó en los noventa, pero sí cuestionarlo. Los primeros pasos ya han sido dados por historiadores y escritores como Rafael Lemus, Ariel Rodríguez Kuri y Jacques Coste. Contribuyo a esta discusión proveyendo datos que nos abren a una interpretación distinta de lo que realmente fue la democratización mexicana.
La historia tradicional es bien conocida y comienza así: Érase una vez un país gobernado por un partido hegemónico y autoritario llamado PRI que fabricaba victorias mediante fraudes electorales. Al PRI solo lo apoyaban camarillas de sindicatos, votantes precarios comprados y maestros corruptos. En ocasiones, ni eso. Liderazgos locales conformaban células de votantes coaccionados para obtener una rebanada del pastel de recursos públicos.
El PRI era, según esta historia, la dictadura perfecta. Un dictador que había convencido a los súbditos de ser dictados mediante un carrusel de dádivas estratégicamente repartidas a cuentagotas.
Una sucesión de crisis económicas, espirales inflacionarias y escándalos de corrupción abrieron grietas a este sistema. La oposición cobró fuerza. En un inicio ésta yacía dividida entre quienes rechazaban el modelo neoliberal, bajo la sombrilla de la izquierda nacionalista del PRD, y quienes promovían su acentuamiento, la derecha-liberal y proempresarial del PAN. El PRI neoliberal de los noventa no cedió ante el PRD. En 1988 Cárdenas ganó la elección presidencial, pero el PRI se la quitó a la mala. La crisis económica de 1994 derramó el vaso del descontento social. Viendo sus posibilidades de triunfo cada vez más mermadas, y gracias al virtuosismo democrático del presidente Ernesto Zedillo, el PRI comenzó a ceder. Permitió varias reformas electorales que, coronadas con la de 1996, crearon las condiciones para que la oposición pudiera ganar elecciones.
El PAN resultó victorioso en el 2000. Fue entonces, dice esta historia, que México se convirtió en una democracia liberal, plural y multipartidista hasta que el pueblo, engatusado por el discurso de un populista autoritario, llegó a destruirlo todo en 2024.
El gran problema de la historia tradicional es que pierde de vista aspectos clave. El primero es que, si bien es cierto que una mayoría de los votantes de los noventa tenían una evaluación retrospectiva negativa del PRI, no por ello pensaban que la oposición lo haría mejor. De hecho, hasta 1994, solo el 34% de los votantes creían que el PAN lo haría mejor que el PRI.
*Tomado del periódico “El Mañana”.
Reynosa, Viernes 6 Septiembre 2024.
Ventaneando, Martes 24 de Septiembre de 2024.