El motín de 1871 contra la reelección presidencial
EL ministro de Guerra, Ignacio Mejía, apoyado por casi todos los estados de la República, propuso la reelección del presidente Benito Juárez en 1871. Esto provocó que, en mayo de ese mismo año, estallara un pronunciamiento en Tampico, acaudillado por los jefes y oficiales de la guarnición federal que desconocieron al gobierno, que a su vez envió fuerzas numerosas a las órdenes del general Sóstenes Rocha. En breves días restablecieron la paz y se apoderaron de la plaza sublevada por medio de un asalto sangriento.
Antecedentes. Ciudad de Zacatecas, 21 de marzo de 1870. Bajo la sombra pétrea del cerro de la Bufa, el comandante de las fuerzas de la República, Sóstenes Rocha, se encuentra en lucha contra el Plan Regenerador de San Luis, pronunciamiento de Francisco A. Aguirre y Pedro Martínez en San Luis Potosí, y de los generales Trinidad García de la Cadena y Amado Guadarrama en Zacatecas y Jalisco, con el cual desconocían a Benito Juárez como presidente. Entonces redacta, en nombre de las tropas bajo su égida, una misiva para felicitar al Benemérito por su onomástico: “Deseo que, bajo el mando de usted, nuestra cara Patria acabe de consolidarse para que su nombre sea bendecido por la posteridad y su persona siga siendo, como hasta aquí, el ídolo de los buenos mexicanos”.
Rocha envió, como muestra de su aprecio a Juárez, el gallardete del infidente Cuerpo de Carabineros de México, capturado en el campo de batalla de Lo de Ovejo (Jalisco), en febrero de 1870. Pero, a pesar de los triunfos logrados en este último lugar y en Villanueva (Zacatecas), la tarea de las tropas del gobierno no había concluido: los líderes insurrectos Pedro Martínez, Ireneo Paz y Jesús Toledo habían decidido capturar Matamoros, punto estratégico por la aduana y el puerto que ahí se encontraban. Para tal efecto, los insurgentes se aglutinaron, tras atravesar San Luis Potosí y Nuevo León, en Charco Escondido (Reynosa, Tamaulipas), donde, al mediodía del 14 de junio, fueron vencidos.
La derrota del Plan Regenerador de San Luis impulsó la búsqueda de la reconciliación nacional. Por ello, el 13 de octubre, luego de discusiones acaloradas, la Cámara de Diputados aprobó la ley de amnistía. La legislación beneficiaba a dos grandes grupos: primero, a aquellos que hubieran servido al Imperio de Maximiliano de Habsburgo, excepto al arzobispo Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos, José López Uraga y Leonardo Márquez; segundo, a los insurrectos liberales recientes, como García de la Cadena, Miguel Negrete, Ireneo Paz y Aurelio Rivera, entre otros.
Fracturas en el juarismo. El fuerte grupo de políticos y militares que había apoyado a Juárez durante la Segunda Intervención francesa y el Segundo Imperio, para 1871 ya mostraba fracturas. La renuncia de Sebastián Lerdo de Tejada a su gobierno fue tal vez la más importante, aunque seguía rodeado de gente de confianza, como el general Ignacio Mejía, a quien nombró ministro de Guerra y Marina desde la caída de Maximiliano y como contrapeso a los laureados generales Mariano Escobedo y Porfirio Díaz.
En el gabinete estaba también Ignacio Mariscal, quien era sumamente capaz, con experiencia y muy apegado al titular de Hacienda, Matías Romero. Por su parte, el ingeniero Blas Barcárcel retomó los planes ferrocarrileros iniciados en la época de Comonfort desde el Ministerio de Fomento, mientras que José María del Castillo Velasco se encargaba de Gobernación.
La litografía que se anexa presenta también al general Trinidad García de la Cadena, quien respaldó el Plan Regenerador de San Luis que desconoció al Benemérito como presidente. Asimismo, muestra a otros grandes jefes del ejército que fueron juaristas hasta el final, como los generales Ramón Corona, compadre de don Benito; Ignacio Alatorre, enviado de norte a sur para sofocar rebeliones, y Sóstenes Rocha, quien derrotaría a los sublevados en Tampico en 1871.
Luto y división. El 17 de octubre de 1870 Juárez sufrió un ataque cerebral. “Durante algunas horas se creyó que había muerto. La alarma fue grande y la revolución habría seguido a la muerte de este supremo magistrado”, como afirmó Manuel Payno. El Benemérito finalmente recuperó su salud.
Mientras tanto, en el frente político, el ministro de Relaciones Exteriores, Sebastián Lerdo de Tejada, quien tenía aspiraciones presidenciales, aglutinaba a personajes como Manuel Romero Rubio, José María Vigil y Nicolás Lemus. Por su parte, Porfirio Díaz establecía, con miras a la próxima campaña electoral, la Asociación Democrática Constitucionalista, integrada, entre otros, por Justo Benítez, José María Mata, Ezequiel Montes, Manuel María de Zamacona y Protasio Tagle.
El 2 de enero de 1871 Margarita Maza falleció. El deceso fue un duro golpe al ánimo del presidente Juárez. Seis días más tarde estalló la crisis en el seno del gabinete federal: el ministro de Justicia, José María Iglesias, renunció. Luego, el 17 de enero, Lerdo de Tejada presentó su dimisión al Ministerio de Relaciones Exteriores, para inmediatamente ocupar su asiento en la Suprema Corte de Justicia. Su renuncia provocó la abierta escisión del partido liberal y que los juaristas perdieran la mayoría en el Congreso.
Entonces, lerdistas y porfiristas formaron una alianza en la Cámara de Diputados. Esta coalición logró, el 8 de marzo, que Manuel María de Zamacona resultara electo a la presidencia del Congreso, después de vencer al candidato oficial Gabriel Mancera.
“Escandalito” en Tampico. El 2 de mayo, la guarnición de Tampico, compuesta por el 14º Batallón de Línea y fuerzas de la Guardia Nacional, se sublevó. El líder del motín era el coronel Máximo Molina, un militar fatuo y manirroto, acusado de traficar con armamento. El jefe sedicioso capturó al comandante de la guarnición, general Juan López, tomó prisioneros a los empleados de la federación y se apoderó de los fondos de la aduana.
Sin embargo, Molina no consiguió todos sus objetivos: el general Diódoro Corella, quien por un hecho fortuito se encontraba de licencia en el puerto, logró escapar y organizó a los Rurales en el Paso de Doña Cecilia (Nota de ‘Ventaneando’: Hoy Ciudad Madero, Tamaulipas). Al otro día, el coronel Juan García, oficial leal a la República, envió un telegrama al Ministerio de Guerra en donde informaba de la sublevación.
El 4 de mayo, el gobierno federal dispuso que el comandante militar de Veracruz, general José Ceballos, se embarcara con tropas de artillería e infantería rumbo a Tampico. Asimismo, el jefe de la 3ª División, general Sóstenes Rocha, recibió órdenes de organizar una columna que, partiendo de San Luis Potosí, se desplazara hacia la costa tamaulipeca.
Para el gobierno era importante recuperar el control del puerto de Tampico porque su captura dificultaba las operaciones comerciales de Aguascalientes, Durango, Guanajuato, San Luis Potosí y Zacatecas con Europa y la costa este de la Unión Americana. Aparte, en el plano internacional, su toma hacía aparecer como débil al presidente Juárez. Por ello, el Benemérito expresó, en una epístola dirigida al último cónsul general de México en París, Armand Montluc, su sorpresa de que a la revuelta se le hubiera otorgado mucha importancia en el Viejo Mundo y, tratando de minimizarla, la calificó de “escandalito”.
El sitio. El 6 de mayo, Molina proclamó con el fin de justificar su amotinamiento, sus simparías por Lerdo de Tejada y, de esta manera, acusó de tirano a Juárez: “¿Es acaso el Ejército el vil doméstico que obedece al amo sin tratar siquiera de interpretar sus órdenes? No, mil veces no, porque su deber está en sostener los derechos de ese pueblo de cuyo seno ha salido; está en preservarlo de los caprichos de un hombre como Juárez”.
El 7 de mayo, el gobernador de Tamaulipas, el porfirista Servando Canales, rechazó la proclama y logró el apoyo del Congreso del estado para movilizar a la Guardia Nacional. Asimismo, el ayuntamiento de Tampico refutó los motivos de Molina, a pesar de los amagos de este. Ese mismo día, Corella rechazó, auxiliado por los Rurales y tropas regulares, una salida de los sublevados, quienes eran apoyados por la artillería del fuerte Iturbide. Al día siguiente, los amotinados intentaron asaltar la posición Andonegui, pero fracasaron. Por último, el general José Ceballos arribó a Tampico y declaró el estado de sitio.
La artillería republicana efectuó el 15 de mayo, el primer bombardeo contra los fuertes Casa Mata, Cuarentena, Cuartel 8º e Iturbide. Al otro día, Rocha tomó el mando de las fuerzas destacadas en el área de Tampico y dictó órdenes para asegurar el equipo y material necesario para asediar al puerto. En los días subsecuentes, las palas y los picos de los zapadores de la República comenzaron la excavación de una línea paralela a los reductos rebeldes.
El 6 de junio, los sitiados intentaron alcanzar un acuerdo con Rocha: permitir la salida de la población civil. Sin embargo, el militar republicano rechazó la oferta y decidió tomar la plaza. Con ello, al parecer buscaba disipar cualquier duda de lealtad a Juárez, debido a que sus detractores le atribuían posturas antirreeleccionistas y resaltaban su parentesco político con Molina, pues era su cuñado.
El asalto. 3:00 a.m., 11 de junio de 1871. La sosegada noche que se cierne sobre las riberas del río Pánuco es rota por los disparos de las baterías de brecha y de morteros de la República, las cuales arrojan una lluvia de fuego que hace crujir las vigas, esparcir las astillas y retemblar las paredes. La artillería del gobierno pretende demoler las fortificaciones y, de esta manera, socavar la voluntad de pelea de los sitiados. Al mismo tiempo, trescientos tiradores selectos cuya misión es proteger el avance de las columnas de asalto, además de pelotones de zapadores equipados con escalas de asalto, hachas, palas y picos, esperan agazapados a que termine el bombardeo.
Rocha dispuso tres columnas de ataque, lideradas por Diódoro Corella, Adolfo Alcántara y José Ceballos, así como una de reserva, mandada por Guillermo Carbó. A las 4:00 a.m. avanzaron, con las banderas desplegadas y la bayoneta calada, a paso veloz. Entonces, las cornetas rebeldes convocaron a la defensa y sus tropas desataron un diluvio de balas sobre los soldados de la República.
La primera columna juarista capturó la línea del Cascajal y, junto con parte de la segunda, asaltó la Casa Mata. Entonces, la reserva rebelde hizo su aparición, y los atacantes y defensores escenificaron una coreografía bélica en donde los movimientos letales fueron la esgrima con la bayoneta, el golpe de culata, la estocada con la espada, el amago del puñal y el disparo de fusil a quemarropa.
Rocha envió refuerzos a paso veloz rumbo a la Casa Mata. A los diez minutos, su tropa escalaba los parapetos. En aquel momento, “a sablazos fueron rotos los cables que detenían el puente levadizo, que cayó; en el acto se precipitaron las tropas asaltantes dentro del edificio, y el que no se rindió prontamente, fue pasado a la bayoneta”.
Con la caída del principal baluarte enemigo, las fuerzas republicanas concentraron sus energías en el fuerte Iturbide. Rocha ordenó que los obuses de dieciséis centímetros dispararan contra el edificio y que Corella lo tomase a viva fuerza. Luego de quince minutos de cañoneo, se izaron banderas blancas y las tropas federales ingresaron al reducto, en donde no había más que muertos y heridos.
El frío acero de las bayonetas del Supremo Gobierno había provocado 245 muertos y 76 heridos entre los sublevados. Asimismo, se capturaron 335 prisioneros, dos banderas y un sinnúmero de cajas de guerra, cornetas y guiones. En las filas de la República hubo 110 muertos y 245 heridos, entre ellos, los generales Alcántara y Ceballos.
Tras la victoria, Rocha y Corella fueron ascendidos a generales de división y de brigada, respectivamente. De igual forma, Carbó y García lograron promociones. Por último, las fortificaciones de Tampico fueron demolidas.
Repercusiones. La victoria de Rocha en Tampico alcanzaba la sincronía perfecta: en la política interna, Juárez llegaba fortalecido a las elecciones que se celebrarían el 25 de junio; en el ámbito internacional, el Benemérito mostraba a Estados Unidos y a Europa que los rebeldes “habían sido completamente batidos o apresados por las fuerzas mandadas de Veracruz y que se hallaban todo concluido”.
El Supremo Gobierno se mostraba confiado de que, después de la toma de Tampico, no habría nuevos levantamientos. La confianza probaría ser efímera: el 8 de noviembre de 1871, Porfirio Díaz pronunciaba el Plan de la Noria.
* Maestro en Ciencias Económicas y Administrativas
por la Universidad Autónoma de Aguascalientes.
Estudió Relaciones Internacionales en la London
School of Economics. Profesor en la Universidad
Tecnológica del Norte de Aguascalientes.
Tomado de la revista “Relatos e Historias
en México”. Año XIII, Número 147.
Ventaneando, Lunes 15 de Enero de 2024.