15 DE SEPTIEMBRE, DÍA DE LA MEXICANIDAD
EN México nos volvemos especialistas en encontrar motivo de celebración, de fiesta. Es tan común armar mitote por algo, que los acontecimientos más fastuosos, en su razón, luego quedan de lado. Como cada año desde que en 1810 un grupo de valientes, de visionarios, se atrevieron a romper el yugo del invasor. El país, no sin capítulos amargos, ha venido conmemorando hechos tan insignes.
El 15 de septiembre es certeramente el día por antonomasia de la mexicanidad. Es el día del país. El día de México. Es la fecha en que lo patriotra hincha el corazón.
Los festejos son magnos. Y no pueden ser de otra manera, cuando se observa con todo cuidado, con detenimiento, lo que representa la bandera. Sus tres colores, que resumen la historia patria en su acrisolado asomo. La grandeza de su escudo, que refleja la esencia de un México portentoso y sobrio. Y sobre todo, la leyenda que le da pie y que supera los hechos cronológicos como tales.
Cuando se aprende su historia, se valora aún más a la nación entera. Cuando se escucha hablar de la iniciativa de Miguel Hidalgo, que encendió la mecha de la revolución independentista. Del valor indomable del otrora dragón José Ignacio Allende, de impecable destreza militar. De la sagacidad sin par de la familia Aldama; de la que desfilaron en pro de la libertad mexicana, Ignacio, Mariano y Juan, entregados todos a la noble causa de una independencia arrebatada tres siglos antes por el déspota de ultramar. Y esa otra estirpe de valientes independentistas, los Galeana: José Antonio, Pablo, Juan José, Luis y desde luego, Hermenegildo, quienes lo dieron todo por una causa suprema, la Patria.
Y qué decir, cuando se sabe del genio, del valor y la enjundia de los hermanos Francisco, Ramón e Ignacio López Rayón, quienes tuvieron el enorme mérito de sostener la lucha independentista cuando el movimiento vivió un impasse de agonía, previo a su etapa postrer. Cómo no reconocer el aplomo sin límites del excelso Mariano Matamoros. De sopesar en todo cuando vale la entrega de Nicolás Bravo, de Juan N. Álvarez o del mismo Francisco Javier Mima.
Y así como hubo estrategas natos en los campos de batalla, no faltó la extensión del movimiento a través de las luces del pensamiento que proyectaron prohombres como Andrés Quintana Roo. O el sin igual liberal Servando Teresa de Mier, ilustrado bajo la sotana de fraile, que allende las fronteras del entonces territorio ocupado, se ufanó en buscar por la vía pacífica la libertad para su pueblo.
Y qué decir, ante la figura enorme de Vicente Guerrero, quien amaba más a su Patria que a su padre mismo, porque en los relatos que la historia y su aderezo de imaginación nos legan, quedó claro que para él ese intangible como el espíritu mismo que le sostiene y anima, que es la Patria, es Primero. Antes siquiera que ningún afán particular o familiar.
Y como en toda lucha, sin excepción alguna, la presencia femenina dejó huella profunda. Ellas creyeron denodadamente en la causa libertaria y se arrojaron con donaire a su consecución. Leona Vicario y Josefa Ortiz de Domínguez se abrazaron a la noble causa, que ciudadano o ciudadana alguna pueda abrazarse, la construcción de la Patria toda. Y no sólo ellas. Fueron tantas y tantas mujeres heroicas que acompañaron de manera anónima a sus hombres para lograr los ideales que inspiraron la emancipación nacional, sin amilanarse en lo absoluto. Antes al contrario, demostrando desde aquellos lejanos ayeres el carácter y fortaleza de la mujer mexicana, ejemplo vivo de enjundia y valor sin igual. Sin ellas, sin su valor, sin su arrojo, sin la grandeza y perseverencia demostrada, jamás hubiera sido posible el triunfo de la causa.
Y si de alguien poco se puede decir por la inmensidad de su obra, es del hombre de mayor ingenio político. Del hombre que conjuntó una visión militar, que sólo se logra en aquellos que han nacido para ser guerreros y que la historia ha recogido en sus registros, sus hechos. De ese hombre que proyectó en su ser la grandeza del estadista, del verdadero, del que puede poseer tal título y no los remedos que luego se encuentran por el camino. De aquel que va más allá de lo inmediato; del que para siempre será inalcanzable, el enorme José María Morelos y Pavón. El cura de Cuerécuaro, de quien otro inmenso, Napoleón, refirió necesitar sólo doce como él para dominar al mundo todo. Hombre de grandes luces y a la vez tan humilde, que cuando merecidamente se le quiso otorgar un galardón supremo pidió ser señalado únicamente como El Siervo de la Nación.
Todos ellos, descansan en los anales de la historia patria; todos ellos representaron el sueño de conformar un país libre, soberano, igualitario y fraterno. Todos ellos, nos permiten hoy celebrarlos. Recordar su gesta es motivo de regocijo. Una Patria como la mexicana no es poca cosa. Por supuesto que está muy lejos el considerarse la nación ideal, por tantas cosas que aún falta por hacer. Pero pese a los infortunios que le ha tocado sortear a México, en todos los ámbitos de su vida independiente es hoy motivo de recordar a los héroes patrios y razón suprema de agradecerles el habernos heredado este gran país.
Es momento de decir que la fortuna nos ha sonreído, por dejarnos nacer aquí. Que por siempre y para siempre ¡Viva México!
martincareaga@gmail.com
* Tomado del periódico “El Sol de México”.
Sábado 15 de Septiembre de 2007.
Ventaneando, Viernes 16 de Septiembre de 2022.