CLAUDIA Sheinbaum entiende que uno de sus principales desafíos políticos radica en la reconquista de las clases medias para el Gobierno de la Cuarta Transformación: sectores universitarios y profesionales, pequeños empresarios, intelectuales, científicos e incluso periodistas.
Es un objetivo político clave por más de un motivo. Primero, por necesidades concretas electorales; no solo se trata de votos que se añadirían a la cifra final con la que vaya a ser elegida (el objetivo de 50% es clave en términos de legitimación política con la que arranque el próximo gobierno), también porque son sectores que pesan mucho para ganar o perder determinadas alcaldías y municipios. Es una de las razones, no la única, por la que se ha propiciado la candidatura de Omar García Harfuch, exjefe de seguridad del gobierno capitalino, popular entre sectores medios que en las últimas elecciones castigaron a los candidatos de Morena, a juzgar por la derrota en todo el poniente de Ciudad de México.
Segundo, por estrategias que apuntan a la búsqueda de gobernabilidad el próximo sexenio. Andrés Manuel López Obrador fincó su fortaleza política en un liderazgo popular asociado a su vinculación personal con los intereses de las grandes mayorías empobrecidas del país. Una identidad que, es cierto, se nutrió de sus políticas públicas (derrama social, incremento de salarios mínimos, protección del consumo básico, etc.), algo que Sheinbaum seguramente habrá de continuar. Pero también se alimentó de un carisma intransferible y de la construcción de una narrativa imposible de reproducir cabalmente.
El México profundo asumió que por primera vez en mucho tiempo había un presidente que hablaba en su nombre y expresaba las rabias y frustraciones enconadas en contra de los de arriba. Incluso al margen de los resultados, unos favorables y otros no tanto, entendían que había un presidente que todos los días luchaba en defensa de las causas populares. Un esfuerzo que, a sus ojos, siempre resultó auténtico, entre otras razones, por el perfil del personaje, su habla popular, su origen provinciano, su larga trayectoria como opositor y víctima del sistema.
Claudia Sheinbaum tendrá que encontrar en otro lado las bases para mantener los niveles de legitimación que el desgaste de gobernar suele ir debilitando. Le habría pasado a cualquiera que ocupe la silla presidencial, porque en el inusual liderazgo carismático de López Obrador hay resortes emocionales imposibles de reproducir. Me parece que ella tendrá que apelar a la razón, al consenso, al convencimiento sobre la pertinencia de sus acciones, a los resultados visibles. Y para construir y difundir tal narrativa, estos sectores medios son esenciales.
El líder popular conecta directamente con las masas, casi sin mediaciones, y establece una relación de identidad basada en una alta carga emocional. Los recursos de Claudia Sheinbaum no son esos. Será líder de un movimiento gracias a sus méritos como funcionaria de Estado, a su profesionalismo como jefa de Gobierno y administradora pública, a su lealtad a las banderas ideológicas de la organización que ahora habrá de encabezar. Pero su legitimidad estará asociada a los resultados. Una argumentación basada en “yo tengo otros datos” ofrecerá mucho menos blindaje, porque su uso formaba parte del amplio margen de confianza popular con el que operaba el fundador del movimiento.
Tercero, Claudia Sheinbaum buscará la recuperación del apoyo de estos sectores medios porque esa es su propia extracción y de allí deriva en buena medida su visión del mundo. Seguramente le resultan incómodas las diferencias surgidas entre una parte de la comunidad científica y universitaria y la 4T. La vida profesional de Sheinbaum se divide casi en partes iguales entre los años dedicados a la administración pública y a la academia. En muchos sentidos sigue asumiéndose como parte de ella, en especial la comunidad unamita. La candidata procede de un hogar de izquierda, progresista, urbano, no ultra radical, vinculada a la agenda que tradicionalmente asoció a estos grupos a los gobiernos de Ciudad de México de los últimos 30 años. Una agenda que, además de las reivindicaciones centrales como desigualdad e injusticia social, ha incluido temas de género, medio ambiente, derechos humanos, defensa de intereses de minorías y feminismo.
No hay espacio par abordar los motivos por los cuales se enfriaron las relaciones entre Morena y parte de estos sectores durante el sexenio de López Obrador, pero en muchos sentidos se ha alimentado de matices, desencuentros acumulados y falta de voluntad. Ninguna razón de fondo para no reinstalar lo que durante décadas fue una relación naturalmente empática.
Sheinbaum y sus equipos tendrán que operar este reencuentro de manera estratégica para no generar efectos secundarios innecesarios o resistencias inesperadas. Las razones que dieron lugar a las primeras diferencias siguen siendo parcialmente vigentes: los recursos son escasos y combatir la pobreza fueron la prioridad en los programas y en el gasto público. Claudia tendría que asegurarse de que la izquierda radical no interprete este acercamiento como una renuncia o una claudicación respecto a las premisas ideológicas. El tejido debe ser reconstruido sin dañar las lógicas obradoristas.
Las resistencias que ha generado la candidatura de Omar García Harfuch, un recién llegado al movimiento, en detrimento de las posibilidades de Clara Brugada, un cuadro de gran prestigio entre el obradorismo, muestran la sensibilidad que existe frente a estos temas. Nada que no pueda resolverse con adecuada gestión política.
Habría que recordar que López Obrador tuvo la enorme debilidad de hacer acompañar por las tribus de la izquierda tradicional e incluso radical, sin nunca darles un papel verdaderamente protagónico. No les dio el Gobierno de la capital (entregado primero a Ebrard y luego a Sheinbaum), no les entregó la presidencia de Morena (Yeidckol Polevnsky y Mario Delgado), tampoco las coordinaciones del Poder Legislativo (en manos de ex priistas) ni posiciones claves dentro del gabinete (Irma Eréndira Sandoval en Función Pública y a quien luego quitó, Hugo López-Gatell, un subsecretario en Salud que recibió inesperados reflectores por el Covid, y Pablo Gómez en una tardía incorporación a la UIF).
Difícilmente Claudia Sheinbaum será rebasada por la izquierda dentro del obradorismo, siempre y cuando no se desentienda por completo de cuidar el espejo retrovisor correspondiente.
La verdadera prueba será encontrar la manera de gestionar una Presidencia más inclusiva que permita recuperar el apoyo de muchos sectores medios, sin que las grandes mayorías se sientan huérfanas del manto protector y el vínculo casi personal con el inquilino de Palacio Nacional. Y para eso necesitará resultados y operación política. Buen reto.
jorgezepedap@
* Tomado del periódico “El Mañana”.
-Reynosa, Jueves 5 de Octubre 2023.
Ventaneando, Viernes 20 de Octubre de 2023.