Periodista.
EL reloj marca las 23:30 horas. Es martes 10 de enero de 1967 y en Ciudad Universitaria los jardines comienzan a cubrirse con pequeños copos de nieve que se tumban sobre todo lo que encuentran, refugiados por la oscuridad. La historia se repite en las calles solitarias de San Jerónimo Lídice, San Ángel, Mixcoac y Desierto de los Leones.
Para este momento, el llamado Departamento del Distrito Federal ha contabilizado 24 horas de lluvia continua y su población ha experimentado uno de los peores fríos vividos en un lugar que tiene una temperatura promedio de 15.5º centígrados. El clima no da tregua.
El lluvioso tiempo mantiene enfermo, incluso, al presidente de México, Gustavo Díaz Ordaz, quien canceló por la mañana todas las citas con los secretarios de Estado, en Palacio Nacional. Al norte del país, la nieve ya ha alcanzado los 50 cm de altura en Nuevo León; en tanto que en Zacatecas, Coahuila y Durango pelean contra el cúmulo de copos blancos en sus principales vialidades.
Por la tarde, el América –un equipo de futbol del sur del DF–, suspende su entrenamiento en el exterior, el director técnico mete a todos en el vestidor. La cancha del Estadio Olímpico de los Pumas parece una piscina y los rojiblancos del Necaxa, ateridos de frío, tienen que cambiar de sede para entrenar.
La lluvia, entonces, se hace nieve; cae la noche junto a los primeros copos. El mundo duerme pensando en dos mujeres que viajaron a Hanoi, Vietnam, para atestiguar el horror de los bombardeos de Estados Unidos contra la población.
Mientras, en la Ciudad de México, tras pisar el sur, la nevada avanza lentamente hacia el centro. Dos grados centígrados marca el termómetro a las 01:35 de la madrugada del 11 de enero. Pastos y árboles de Reforma y Bucareli se blanquean en cuestión de minutos.
En la Redacción del periódico El Día, el espectáculo causa admiración y asombro. Han pasado 27 años desde que ocurrió algo similar en la ciudad. Máquina de escribir en mano, los reporteros teclean acerca de las escasas personas que a esa hora se encuentran en las calles. Lista está la nota sobre la lluvia pertinaz que dejó embotellamientos y decenas de peatones mojados de agua sucia por los automovilistas. También la que dice que el Sistema Meteorológico prevé más frío, más chubascos y sí, más nieve. El periódico cierra la edición a las 3 am.
¡La ciudad está sitiada!
Los primeros rayos de luz despiertan a los capitalinos el 11 de enero. El frío se cuela por las ventanas y anonadados se dan cuenta que, fuera de sus casas, todo está cubierto por un manto blanco. ¡Es nieve! Y será la última vez que la ciudad vea sus calles cubiertas de copos blancos, al menos durante los próximos 50 años.
El fotógrafo Eduardo Quiroz dispara su cámara directo a la casa de Mario Padilla en Las Lomas, un castillo que surge de entre los árboles. La fotografía, asegura Quiroz, engañará al ojo de quien la observa y le hará pensar que se tomó en un lugar lejano, quizá en Inglaterra.
“Esta madrugada el invierno aprisionó a la Ciudad de México con sus manos de nieve. Tímidamente, la nieve ha bloqueado caminos en varias entidades y hecho bajar el mercurio de los termómetros”, se lee en un diario que entera a los desprevenidos sobre el fenómeno que no se veía desde los años 40. La gente se abriga y sale a las calles. Otros van al sur de la ciudad, en donde la nieve es más copiosa.
Silvia Pinal y Enrique Guzmán ponen los últimos detalles a un amorfo hombre de nieve de ojos negros y redondos. Los también actores Carlos Cortés y Fanny Cano suspenden grabaciones y se unen a los niños que arman gigantescas bolas de nieve en el patio de una casa en San Ángel, vigilados por un perro negro que disfruta también del acontecimiento.
En las carreteras que llevan a la ciudad, hay mil 200 vehículos varados. Tan sólo en la México-Puebla hay 250 coches de particulares y 27 camiones de carga que traen alimentos, medicina y ropa. Encima de ellos vuela un helicóptero que trata de guiar a las motoconformadoras en tierra y que tienen la misión de abrir el camino. En la México-Cuernavaca unos “pandilleros” lanzan bolas de nieve mientras usan los coches estancados como trinchera.
En el Mercado de la Merced, el huevo y las verduras cuestan más de lo normal. Los comerciantes los subieron porque no hay nuevos víveros por los cierres de caminos y temen que se desaten problemas.
Hay varios accidente de tránsito y la lista de muertos va en aumento. The News reportará mañana temprano un total de 21 muertos: atropellados, en choques, electrocutados o congelados. Díaz Ordaz retoma sus labores, pese a la gripa que lo aqueja y ordena total atención a la catástrofe. Tres aeropuertos están cerrados y el ejército pide a la población no viajar al sur para disfrutar de la nieve; no hacen caso.
En las noticias se anuncia que Estados Unidos aumentará sus impuestos para continuar con la guerra en Vietnam (que en ocho años perderán) y México ruega porque el clima mejore para terminar los complejos deportivos para los Juegos Olímpicos del próximo año. Mientras, en el Bosque de Chapultepec la gente admira el paisaje nórdico y del Palacio de Bellas Artes escurre aguanieve, automóviles se pasean por las calles con nieve en el cofre y una pareja construye una detallada Virgen de Guadalupe de tamaño humano.
Paulatinamente la nieve dará tregua, el frío también. El manto blanco que cubre las calles y que sorprendió esta madrugada a los capitalinos quedará en el anecdotario colectivo. Sólo se recordará por fragmentos de periódicos y por pláticas de abuelos a sus nietos, abuelos que sonreirán mientras recuerdan que una mañana del 11 de enero de 1967 la ciudad se paralizó para regalarles un espectáculo que no se repetirá, al menos, en los próximos 50 años.
* Tomado de ‘Revista Aire’,
No. 50 de Grupo AeroMéxico.
Ciudad de México, Agosto 2017.