Vida y obra del cineasta Juan Orol.
El Cine Mexicano popularizó las películas de charros y rumberas que dominaron la taquilla a mediados del siglo XX. Fueron raras las ocasiones en que dos géneros se unían para el regocijo de todos, como en las comedias rancheras. Pero, ¿qué sucedería al combinar más de dos géneros y darles un giro inesperado a los personajes típicos? Solo una persona logró esa titánica tarea: El gallego Juan Rogelio García García, mejor conocido por su nombre artístico de Juan Orol.
LA película Gangsters contra charros sería el pináculo de su visión única del místico mundo criminal y la belleza de las rumberas provenientes del Caribe. La producción que se estrenaría en la primavera de 1949 fue escrita, dirigida, producida y estelarizada por él mismo, y unió a los tres géneros más populares del cine nacional: gánsteres, charros y rumberas, algo que no se había visto en la pantalla grande.
Nacido el miércoles 4 de agosto de 1897 en Ferrol, Galicia (España), Orol convirtió su vida en una leyenda del celuloide debido a que él mismo la narró de tal forma que es difícil separar la ficción de las aventuras, el misticismo y la suerte en el andar por este mundo.
Tuvo una infancia y adolescencia difíciles. Como muchos de su generación, deja el terruño para embarcarse a América. A la edad de seis o siete años, llega a Cuba en busca de unos familiares que no encuentra. En cambio, un benefactor –del que Orol solo conoce el nombre–, cuida de él. Estaría en la Perla del Caribe hasta los trece años.
Llega al México revolucionario sin encontrar fortuna ni gloria, por lo que regresa a La Habana. Allí trabaja como mecánico, mientras por las tardes admira películas estadounidenses sobre el Viejo Oeste. Se enamora del celuloide a tal grado que posa “en las puertas de las salas de cine con gesto fiero y los brazos enjarras para que los productores de cine me contrataran para una película de vaqueros, ¡ja!, como si los productores de Hollywood aduvieran paseando fuera de las salas”.
En la segunda mitad de la década de 1910, Orol continúa con su vida llena de aventuras. Se convierte en piloto de carreras y participa en una competencia en Indianápolis, Estados Unidos; luego es pitcher y boxeador, y en su tiempo libre actúa en obras de teatro interpretando papeles de galán.
Entre 1918 y 1919 regresa a México para convertirse en novillero. Complementa sus faenas con los gajes de agente de policía secreto bajo el mando del general Roberto Cruz. Entonces Orol se forja una reputación de valiente y sin temor a la muerte, justo y honesto.
A finales de la década de 1920, deja la placa y el capote para dedicarse a la radio y trabajar en la XEFO, para luego migrar al mundo del cine. Después de uno que otro contratiempo en esa incipiente industria, en 1933 logra estelarizar su primera película, Sagrario, al tiempo que da sus primeros pasos en la dirección y producción.
Dicha película fue uno de tantos melodramas característicos de los primeros años del cine sonoro mexicano, hasta el estreno de Allá en el rancho grande en 1936, cuando ese género empieza a perder popularidad mientras que las comedias rancheras comienzan un auge que definiría el rumbo de la industria. En esos años, Orol tendría un éxito más con Honrarás a tus padres (1937), aunque sería el último melodrama en que actuaría.
Al mismo tiempo, Juan tiene roces con la crítica especializada y los sindicatos de la industria, lo que lo obliga a abandonar el país para regresar a Cuba, donde filmaría Siboney (1938). Al terminar la filmación de esta película, le da un giro de 360 grados a su carrera y su vida: junto con su pareja María Antonieta Pons se dedica a ofrecer espectáculos de baile.
Entre 1940 y 1943, realizan una gira por Nueva York y Chicago. En los cabarets de estas ciudades tiene contacto con el bajo mundo del hampa. Sus experiencias lo inspiran para escribir, actuar y producir películas de gánsteres. A mediados de 1943, regresa a México con un nuevo guión bajo el brazo: Los misterios del hampa, una película que no había podido filmar años antes, pero ahora sería estrenada con gran éxito en taquilla el viernes 26 de octubre de 1945.
El gallego aventurero había encontrado su lugar y éxito en la industria. El resto es leyenda…
ANDANZAS DEL REY DEL CHURRO
Pese al éxito en taquillas que alcanzó Orol, la falta de calidad en sus películas se notaba. Se decía que iniciaba los rodajes con guiones sin terminar o incluso sin ellos. Su filmografía fue duramente criticada por su poco valor artístico y por los incontables errores de continuidad que, si bien son recurrentes en la industria, en el mundo oroliano era uno de los sellos distintivos.
Su forma de dirigir también fue muy especial. Sin emportar lo que sucediera, cada escena debía filmarse en una sola toma. Esa era la regla de oro del director, productor, guionista y actor. El elenco y la producción debían seguir al pie de la letra dicha indicación; de no hacerlo, serían víctimas de su ira, pues no podía darse el lujo ni deseaba usar cinta de más a causa de los errores o el perfeccionismo de sus actores, ya que para él representaban gastos innecesarios. Por ello se ganó el título de Rey del Churro, en referencia a los filmes de bajo presupuesto y dudosa calidad.
La obra de Orol en la época de oro del cine nacional, a mediados del siglo XX, era considerada como lo peor de lo peor, una desgracia para la industria y proyectar una película de su casa productora España Sono Films era lo más bajo que podía caer una sala de cine. La crítica especializada trataba a toda costa de desacreditar su trabajo y desalentar al público de pagar un boleto para ver un churro.
A pesar de tener a casi toda la industria en su contra, Orol se rodeó de incondicionales que conocían el medio y creían en el tipo de cine que hacían, sin importar el descrédito. Así logró cautivar a una gran parte del público y sus obras dejaron algunas ganancias en la taquilla, hasta que la industria cinematográfica dejó de ser redituable.
EL ESTILO OROLIANO
Las creaciones del Rey del Churro van más allá de lo aparente y la lógica. En sus obras se contemplan situaciones inverosímiles creadas por la mente de un amante de las mujeres exuberantes, quienes al ritmo de sus movimientos de cadera desatan el deseo carnal, al tiempo que presentan una alegoría de los mitos del mundo criminal de los gánsteres, con diálogos acartonados y la mala actuación de un actor en el mejor papel de su vida.
Orol se convirtió en una leyenda dentro y fuera de los sets, a veces odiado y otras idolatrado. La forma de ver sus películas es tratar de disfrutar aquellos defectos y descuidos, pues estos se pueden convertir en virtudes en el mundo donde Juan es rey. Sus películas tienen una trama sencilla para todos: gánsteres vistiendo finos trajes oscuros y una mujer que desata pasiones al bailar ante la cámara.
Actuaciones del nivel de Fernando Soler, Arturo de Córdova, Pedro Armendáriz, Marga López o Sara García, diálogos y una trama que estremece el alma o la mirada profunda y la ceja levantada que cautiva a los cinéfilos, no eran el estilo del Rey del Churro. Cuando disfrutaba del retiro y de una creciente admiración por sus obras en México y España, le hicieron entrevistas en las que habló sobre su forma de hacer cine. Una de ellas fue en este tono:
–Señor Orol: ¿por qué durante la balacera está usted vestido de blanco y en la siguiente secuencia está usted vestido de negro?
–Creo que después de matar a tanta gente tenía que salir de luto.
Y en otra explicó:
–Don Juan, ¿cómo es posible que en una escena usted ametralla a todos sus enemigos, que están sentados ante una mesa y de espaldas a un amplio ventanal, y no se rompa un solo vidrio por el impacto de las balas?
–¿Y qué? ¿Me iba usted a pagar los vidrios rotos? Y además, ¿cree usted que el público va a ver vidrios rotos en el cine?
Sobre su fascinación con los gánsteres, Orol comentó: “He hecho de malo. Yo no soy malo, al contrario, soy muy humano, pero mis papeles siempre han sido de ganster. Yo hacía en las películas mexicanas lo que Bogart hizo en las norteamericanas”.
Es muy posible que el actor Humphrey Bogart, ícono del cine estadounidense que interpretó a hombres duros y cínicos que mostraban su lado noble, fuera la inspiración de Orol para filmar películas de gánsteres, aunque también se basó en mafiosos de la vida real: “He hecho la vida de los principales, de Al Capone, de Lucky Luciano, de Joy Adonnis, de todos los grandes. Era un tema que me gustaba y del que sabía un poco por el tiempo que fui agente de la federal, como el FBI, de México”.
BOGART + WOOD = ¿JUAN OROL?
Respecto de su forma de hacer cine, ha sido comparado con el estadounidense Ed Wood –considerado por muchos el peor director de la historia en su país–, pues ambos dirigieron y fueron productores, guionistas y actores, estiraban al máximo el presupuesto de sus filmes, se convirtieron en íconos en sus respectivos géneros y luego se volvieron cineastas de culto para algunos. Aunque cabe decir que, a diferencia del Rey del Churro, las películas de Wood nunca recuperaron la inversión y mucho menos generaron ganancias.
Sobre su legado cinematográfico, en los sesenta, al caer en crisis la industria mexicana del cine, también lo hicieron las películas de Juan Orol. Pero el Rey del Churro no se dejaría vencer tan fácil.
Fue hasta 1981 con Ni modo… así somos cuando aparecería por última vez en la pantalla grande. Después de su actuación especial no tuvo más remedio que colgar su sombrero de gánster y retirarse de la industria. Tardaría tiempo para que su obra ganara el estatus de culto que ahora tiene.
Tal vez sin saberlo, su éxito en la pantalla grande y su forma de trabajar influyeron en una nueva generación de cineastas y actores. Las tramas ya no tendrían que ver con gánsteres y rumberas, sino con policías, justicieros o vigilantes contra narcotraficantes, terratenientes o villanos a la James Bond. El sombrero de ala ancha se transformó en tejana y cuando las salas de cine cerraron sus puertas, el VHS abrió una ventana para que no muriera el género del cual fue pionero.
De esta forma se seguirían relatando historias en las que la venganza justiciera era el elemento clave, con guiones de baja calidad y que hoy continúan en el agrado de una parte del público, aquel que se cautivó con las actuaciones estelares de las ahora leyendas del cine nacional Mario y Fernando Almada, quienes, por cierto, de niños tuvieron su primer papel en el cine como extras en Madre querida (1935), dirigida por Juan Orol.
El Soberano del Churro empezó a sentir el cansancio de los años y su confiable revólver dejó de disparar. Así, abandonó a sus súbditos el jueves 26 de mayo de 1988, dejando tras de sí un legado de 47 películas. Entonces se dijo: “El rey ha muerto… ¡viva el rey!”.
Escritor y Licenciado en Relaciones Interncionales por la U.A.B.C.
* Tomado de la revista mensual
“Relatos e Historias en México”,
Año X, No. 116; Mayo de 2018.
Ventaneando, Lunes 5 de Noviembre de 2018.