Periodista.
Se conoce por aspartamo o E-951. Los refrescos y productos ‘light’ son su territorio por excelencia. Tras él hay buenas y malas leyendas que los expertos tratan de despejar.
ES muy posible que la palabra aspartamo no le suene de nada, pero sepa que lo tiene incorporado a su alimentación si es usted consumidor habitual de productos dietéticos. Este edulcorante artificial unas 200 veces más dulce que el azúcar –lo que quiere decir que endulza lo mismo con muy pocas calorías–, se encuentra en el etiquetado de más de 6.000 productos, según datos de la Asociación de Bebidas Refrescantes (Anfabra), por su nombre o por su código de aditivo alimentario en Europa, E-951.
Está en refrescos y productos light y de bajo contenido energético, postres, dulces, lácteos, helados, yogures, chicles, medicamentos. “Su terreno es la bebida dietética: allí es el rey”, concreta Andrés Gavilán, presidente de la Asociación de Fabricantes y Comercializadores de Aditivos y Complementos Alimenticios (AFCA). También se utiliza como edulcorante de mesa, aunque menos por ser muy poco soluble en agua.
“La industria tira mucho de este producto por su sabor, no deja ese regusto amargo, a metálico, de la sacarina”, explica Gavilán, que es químico de formación y profesión. Es además muy estable, con lo que resulta más fácil de mantener en los preparados; su única limitación es la cocción, porque si se calienta se descompone y deja de ser dulce.
“Sigue siendo uno de los edulcorantes intensos más utilizados y conocidos, gracias mayormente a su fuerte posicionamiento en Estados Unidos, que consume el 60% de la demanda global de esta sustancia. Ha desbancado casi por completo a la sacarina en las bebidas light”, concluía el artículo ‘Una visión global y actual de los edulcorantes. Aspectos de regulación’, publicado en la revista “Nutrición Hospitalaria” en 2013, que señalaba que es también “la mayor fuente de quejas a la FDA” (Food and Drug Administration, la Agencia de Alimentos y Medicamentos estadounidense).
El E-951 arrastra, desde su descubrimiento casual en 1965 –cuando se le derramó en la mano a James M. Schlatter, que trabajaba en un medicamento contra la úlcera, y se dio cuenta de su dulzor al lamerse el dedo–, una leyenda negra de efectos secundarios. Fue reavivada en 2005 por un estudio en ratas liderado por Morando Soffritti, de la Fundación Ramazzini, según el cual podría ser cancerígeno.
Las agencias de seguridad alimentaria de todo el mundo han avalado su inocuidad, siempre que se consuma en dosis razonables. Su IDA (ingesta diaria admisible) es de 40 miligramos por kilo de peso corporal, “la más alta con diferencia” de entre los edulcorantes, según destaca Gavilán, que defiende que es el más estudiado y el más seguro de entre los aditivos de su clase.
Y sin embargo Pepsi acusa al aspartamo de la caída de ventas de sus bebidas light y anuncia que lo retira solo para el mercado estadounidense, argumentando que es lo que los consumidores quieren.
Combatir precisamente esta confusión fue la razón que llevó a varios especialistas a escribir el artículo sobre edulcorantes en “Nutrición Hospitalaria”.
“Quisimos hacer una compilación de los principales hallazgos desde un punto de vista científico y legislativo, más allá de modas e intereses”, dice uno de sus autores, José Manuel García Almeida, jefe de servicio de endocrinología y nutrición en el hospital Quirón, de Málaga y endocrino en el hospital universitario Virgen de la Victoria de la misma ciudad. “No todo el mundo ha de tomarlo: se trata de buscar el equilibrio entre sus beneficios y sus riesgos”, explica.
García Almeida recuerda que una persona de 70 kilos tendría que consumir entre 15 y 17 bebidas light para alcanzar el umbral de la dosis diaria recomendable. “Tiene un nivel de seguridad bastante bueno salvo para quienes padecen fenilcetonuria, ya que estos enfermos no pueden descomponer uno de los aminoácidos que lo forman: la fenilalanina”.
Respecto a los beneficios, el principal es que reduce la ingesta de azúcar, especialmente en aquella población con problemas de sobrepeso. El doctor alude en este punto a la relación directa y demostrada entre el consumo de refrescos, la caries y la obesidad infantil. La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda que los azúcares representen un máximo de 10% de las calorías finales consumidas, y se plantea añadir una apostilla: “Si la ingesta calórica total diaria se reduce a menos del 5%, se obtendrán beneficios adicionales”.
Por ejemplo, en España la media se sitúa en torno al 11% o al 12%. “El problema no radica en las medias, sino en los extremos: gente que llega al 20% o al 30% y que son el objetivo de nuestras campañas”, interviene Lluís Serra-Majem, presidente de la Fundación para la Investigación Nutricional (FIN) y de la Academia Española de la Nutrición (AEN).
“Hemos pasado de un consumo de mesa, donde nosotros somos los responsables de añadir el azúcar, a otro más involuntario en el que se toma sin advertirlo porque está añadido a bebidas y alimentos”, alerta Serra-Majem. Este profesor sugiere decantarse por productos dietéticos para reducir la ingesta excesiva.
Cuando Alfabra informa de que, entre 2009 y 2015, las calorías por litro del conjunto de bebidas refrescantes puestas en el mercado español se han reducido en un 19%, nos está diciendo que los azúcares han sido sustituidos por edulcorantes. Si los refrescos light han pasado del 10% de la producción total en 2000 a representar el 25% en 2015, ahí están los aditivos acalóricos que endulzan sin engordar.
El aspartamo suele figurar en todos los cócteles, pero nunca en solitario. Lo acompañan el E-950 (acesulfamo k), la sucralosa (E-955), el ciclamato (E-952) o la sacarina (E-954). Serra-Majem defiende la combinación de varios entre sí, de manera que “ninguno supere cantidades importantes”.
* Tomado de la revista
“El País Semanal” No. 2.039.
Ventaneando, Lunes 4 de Febrero de 2019.