Periodista.
Qué chula se ve mi prieta
con el rebozo terciado;
lleva colgando en los flecos
cien corazones de charros.
TODOS conocemos más o menos bien lo que es la imagen del charro. Ya sea por las películas –que nos han dado fama mundial, pero por las cuales hay quienes piensan que vestimos cotidianamente de sarape y sombrero–, desfiles deportivos, eventos organizados por alguna asociación de charrería o algunos cuadros de Ernesto Icaza. Para los más cultos, la figura gallarda de un charro se nos presenta con su sombrero de ala ancha, pantalón ajustado con botonadura de plata; chaquetilla, espuelas y otros elementos característicos que no se usan en la indumentaria de otros pueblos y por lo cual a la charrería se le tiene como un símbolo de identidad nacional.
Según los expertos, la charrería se desarrolló en nuestro país con la ganadería y las faenas del campo. Los primeros charros fueron los hacendados ganaderos y sus sirvientes. Dicen los estudiosos del tema que el antecedente más directo del charro es el chinaco, guerrillero del siglo antepasado que usaba una indumentaria precursora del actual atuendo charro.
Su imagen es un elemento importante en la iconografía nacionalista mexicana del siglo XIX. Maximiliano de Habsburgo, por su parte, hizo algunas modificaciones en la indumentaria que aún se conservan.
Cuando llegó la Revolución, todo lo trastocó, incluyendo las haciendas y las faenas del campo propias de ellas. Por esto en muchos casos la práctica de las faenas vaqueras se trasladó del ambiente rural al citadino. Ya hacia 1920, regularmente apaciguada la revuelta, surgió la necesidad de revalorar aquello que se consideraba netamente mexicano, como la charrería.
El 4 de junio de 1921 se creó la Asociación Nacional de Charros y en diciembre de 1933 surgió la Federación Nacional de Charros, ambas grandes impulsoras de la charrería. Desde entonces, con un enfoque que persiste hasta nuestros días, la charrería es clasificada como un deporte nacional en el cual el jinete compite contra otros en una serie de suertes, mismas que va perfeccionando.
Pero la charrería no solo son las faenas y las suertes trasladadas al plano de la competencia, sino también lo bello y lo estético en la confección de sus implementos. Aquí es donde el Museo Franz Mayer, de Avenida Hidalgo número 45, presentó una exposición con un enfoque de lo que son las artes aplicadas en la charrería. El arte aplicado entendido como aquel que se distingue del “arte puro” por su subordinación a un objetivo funcional, según nos dice Mariela Loubet, asistente de la Subdirección de Colecciones.
Es el arte que forma parte de un objeto útil, de uso cotidiano, que le embellece. Puede estar, por ejemplo, en el dibujo de una espuela, en la riqueza de diseños y materiales de una silla de montar y en la exquisitez de un atuendo charro.La exposición, de más de 200 piezas, mostró la bella labor de los artesanos en la manufactura de piezas utilizadas en la charrería. Se clasificó en 7 grandes temas que son: Talabartería, herrería, indumentaria, sarapes, rebozos, sombreros y reatas.
El charro de cuero se viste
por ser lo que más resiste.
La talabartería es el oficio de trabajar el cuero y en la charrería gran número de implementos llevan este material, aunque uno de los más importantes es la silla de montar. La montura se compone de fuste, cueraje y herraje. Según su empleo y riqueza artesanal puede ser de faena, media gala, gala y gran gala. La belleza de una silla puede estar en el cincelado, que son los dibujos hechos sobre el cuero, en los bordados con canutillo de plata y oro, o en los adornos de pita, que es una fibra natural.
Caballo que vuela
no quiere espuela.
Con respecto a la herrería muchos de los bellos diseños que se usan en implementos charros se remontan al trabajo de herreros y forjadores españoles del siglo XVI. Siguiendo estos modelos, aquí se forjaron armas, herrajes, estribos, espuelas, chapetones, frenos, machetes, hebillas y otros artilugios. Amozoc, en Puebla, es famoso por la gran maestría con la que hacen finos herrajes.
LA INDUMENTARIA
Va con la ocasión, ya sea para la faena cotidiana o ceremonias especiales. Hay reglas específicas para su uso, que son celosamente vigiladas por quienes conservan la tradición charra. Existen cinco modelos de trajes charros: Faena, media gala, gala, gran gala y etiqueta. El atuendo femenino tuvo una adaptación importante hacia 1939, al sustituir el pantalón masculino por la falda. También son importantes como atuendo femenino los vestidos de Adelita, alusivos a la época revolucionaria y el traje de China poblana, ricamente adornado con lentejuelas y chaquiras multicolores, entre otros materiales.
Qué sabroso es el pan con queso,
cuando lo dan en un rancho,
pero más sabroso es un beso
debajo de un sombrero ancho.
El sombrero charro es muy característico. Su antecedente es el sombrero español, confeccionado con otros materiales que se conseguían en México y con el ala más ancha para protegerse del sol. En su hechura se usan materiales como la palma, ya sea de soyate, palma real o trigo; fieltro, pelo de liebre o conejo, pelo de castor e inclusive lana. Puede ser estilo zapatista, pachuqueño, sanluisino, San Luis moderado, Jalisco y Cocula, entre otros.
EL REBOZO
En esta prenda se funden varias culturas. Las largas tiras de algodón usadas por las indígenas, las mantillas españolas y el mantón de Manila, de donde el rebozo heredó los flequillos que tomaron el nombre de rapacejo. Son ya tradicionales centros reboceros lugares como Tenancingo, en el Estado de México; Santa María del Río, en San Luis Potosí; Puebla y Oaxaca. En Santa María del Río la exquisitez en la presentación de esta prenda ha llevado a la elaboración de bellísimas cajas de marquetería, pirograbado o pintadas, donde se guardan los rebozos y sirven como original caja de regalo.
Cualquier sarape es jorongo,
abriendo la bocamanga.
Decía el cineasta ruso Sergei Eisenstein que el sarape era una prenda inseparable de los mexicanos. En el siglo XIX la usaban por igual los peones de las haciendas, los jinetes, la gente del pueblo, los grandes hacendados y caballeros en las actividades diarias, fiestas y paseos. Un sarape era abrigo, cobija y almohada; gabán y capote.
Sus antecedentes son las mantas jerezanas, zamoranas y andaluzas, así como la tilma prehispánica. Forma parte de la indumentaria del charro, pero también es un objeto complementario de la montura, ya que usualmente va atado a ella armonizando con los colores y adornos de la mantilla, tela acojinada entre la montura y el lomo del caballo.
Es característico en los sarapes el diamante en el centro de la bocamanga. Sus colores forman ricos mosaicos. Los estados de Coahuila, Zacatecas, Tlaxcala, Estado de México y Guanajuato son muy conocidos por su producción de vistosos sarapes.
La muestra de arte en la charrería presentada en el Museo Franz Mayer, que dirige el licenciado Héctor Rivero Borrell, contó con la curaduría de Andrea Cabello Martínez, Mika Endo Susuki, Rocío Martínez Suárez y Monserrat Mata Ribalta.
* Tomado de “Revista de Revistas”.
Magazine del periódico “Excélsior”;
No. 4490, Julio de 2000.
Ventaneando, Lunes 22 de Julio de 2019.