“¡ESO no se puede Xóchitl!”. Durante buena parte de mi vida esta fue la respuesta más frecuente que escuchaba, al manifestar en voz alta mis planes o mis sueños. Cuando era una niña de diez años me gané un viaje a la Ciudad de México desde mi pueblo en Tepatepec, Hidalgo. Esa travesía de apenas 115 kilómetros, me llevó a un mundo totalmente nuevo. Un mundo al que yo no pertenecía, pero soñaba con pertenecer. Por primera vez conocí un baño con agua corriente y usé una regadera. Por primera vez asumí la certeza profunda de que una buena educación era un puente para una vida distinta.