SOR Milagros ya tenía los dedos negros de tanto pelar nueces. El día anterior había llegado una gran cantidad de productos provenientes del Valle de los Volcanes. Toda la noche había trabajado afanosamente golpeando las carnosas cáscaras verdes, ya reventadas, para extraer un fruto con una cáscara dura y rugosa semejando la forma de un cerebro humano.
Había necesitado todavía más fuerza para romper ese duro cascarón y extraer la parte comestible. Para mantenerse concentrada, había rezado incontables Aves Marías y Padres Nuestros mientras desprendía la fina cáscara de color café claro pegada a la almendra de la nuez. No debería quedar ni una pringa, pues se corría el riesgo de corromper la blancura que debía tener la nogada.