NO hay duda de que los acontecimientos del 68 cambiaron el rumbo del país y fueron, a su vez, fruto de una transformación estructural de la sociedad mexicana. Merced a las grandes reformas del general Cárdenas y, más tarde, al “Desarrollo estabilizador”, el país había crecido durante treinta años al 6.8% en promedio anual –el llamado milagro mexicano–. La movilidad de los habitantes sobre el territorio generó tasas de urbanización sin precedentes.
La Ciudad de México multiplicó su población de 2 millones de habitantes, en 1940, a casi 7 millones, en 1968. Se desarrolló, asimismo –como lo estudió puntualmente José Iturriaga–, una clase media casi inexistente hasta esa fecha, que llegó a fines de los años sesentas a cerca del 40%.
Ocurrió, además, un drástico rejuvenecimiento poblacional, ya que las tasas de natalidad se mantuvieron muy altas por la ruralización de las ciudades, mientras los avances de la salud pública reducían la mortalidad infantil.