CON cada nueva transgresión de Donald Trump, con cada nueva norma que rompe ante los ojos del mundo, va quedando cada vez más claro que su sensación de impunidad no conoce límites, tal vez porque no los tiene. En los últimos días ha dado la orden, sin pasar por el Congreso, de atacar a un país que no había atacado previamente a Estados Unidos: esto no había ocurrido nunca.
Los Estados Unidos de Putin
SEAMOS serios: para nadie que haya seguido con atención los primeros cuatro años de Trump –para nadie que lo haya visto decir lo que dijo y hacer lo que hizo–, puede ser sorprendente lo que ocurrió hace unos días en la Casa Blanca. Y sin embargo nos chocó –no a todos: pero así va el mundo–, la emboscada grosera que organizaron esos dos matones, el presidente felón y el vicepresidente deplorable, contra un mandatario extranjero: nos chocó aunque no nos sorprendiera, o, dicho de otro modo, no podía sorprendernos que Trump humillara ante las cámaras al responsable indirecto de su humillación de hace cuatro años.
El Fuentes nuestro
EL 15 de mayo de 2012, al encender mi teléfono después de un acto en la Casa de América de Cataluña, me di cuenta de que tenía varias llamadas perdidas de varios números distintos, y antes de que pudiera averiguar qué había ocurrido se me acercó una periodista –me asaltó, diré con más justicia–, para pedirme un comentario sobre la muerte de Carlos Fuentes.