ENTRE las filosas aristas del fundamentalismo en todas sus expresiones, emergen luminosas las palabras que Nelson Mandela, aquel hombre íntegro al que 30 años de prisión, de malos tratos y angustia por no saber si habría un mañana, predicó cuando recobró la libertad y se puso al frente de su pueblo para liberarlo del odio. Demostró que la utopía es posible en un proceso de transición a la democracia que toca las fibras más profundas de una comunidad política, para ir en pos de la reconciliación y el perdón.