Cronista Ilustre de Ciudad Ilustre
UNO de los hechos insólitos de Saltillo lo constituye en sí mismo un personaje
renombrado con cariño y con prestigio en toda la República, en todo el continente, y más allá del mar. Me refiero a Catón, también conocido como Armando Fuentes Aguirre, Cronista de la Ciudad, quien declara con orgullo su origen saltillense proclamando: “No quiero ir al cielo, yo vivo en Saltillo”.
Como periodista, la fama de Catón se ha difundido nacionalmente. Sus artículos Mirador, con reflexiones humanísticas, y De política y cosas peores, plena de humorismo y comentarios políticos, son publicados en 155 diarios de México y, a través de Internet, llegan al mundo de habla española.
Catón atrae nutridas audiencias a sus conferencias, habiendo sido invitado a dictarlas en todas las capitales y muchas otras ciudades de la República Mexicana, labor que le ha exigido verdaderas hazañas. En una ocasión atravesó el país en un mismo día: Se presentó a las ocho de la mañana en Tijuana, y a las ocho de la noche en Cancún. Otro día expuso cinco conferencias en tres distintas ciudades.
El famoso columnista y conferencista saltillense ha sido invitado a toda clase de foros: Congresos de profesionistas, reuniones de empresarios, sociedades de comerciantes y de industriales, aniversarios de sociedades artísticas y culturales, festejos cívicos de grandes y pequeñas comunidades, clubes deportivos y de servicio, etcétera. Además, traspasó las fronteras para llegar a algunas metrópolis de los Estados Unidos, Latinoamérica y Europa, invitado a disertar en Amsterdam, Holanda, en un congreso universitario.
Armando debe su apelativo de Catón a don Carlos Herrera Álvarez, entonces director del periódico El Sol del Norte, de Saltillo, quien se lo sugirió cuando el notable periodista iniciaba su carrera, a finales de los años cincuenta.
Como a todas las celebridades, mucha gente le pide su autógrafo en diversas circunstancias. La más reciente incidencia fue insólita: En junio del año 2000, asistiendo a un juego de beisbol en el Estadio Madero de Saltillo, una señora le pidió su firma, ¡en un pañal!
El oficio de escritor es muy celoso. Exige, además de un vasto vocabulario y dominio de los cánones literarios, constancia y dedicación exclusiva. Sin embargo, Catón expresa que para él, lejos de ser trabajoso, escribir es un deleite. “Y además me pagan por hacerlo”.
Su prosa posee la virtud de expresar sus ideas en líneas concretas. Van desfilando por su Mirador las sugestivas Historias de la Creación, el señor Pérez en su siempre trágica lucha contra la Burocracia, San Virila, personaje que muestra con sus milagros el amor de Dios a los hombres, don Severino Monjarás, miembro del Seminario de Cultura Mexicana, que sugiere arreglar los problemas del país con sus ingenuas propuestas, Hu-Ssong, maestro oriental que en aquellos discípulos dijo a su tiempo cosas de humanismo, y por supuesto Jean Cusset, filosofando sobre la vida y las mujeres mientras toma su martini, con dos aceitunas, como siempre.
En su columna De política y cosas peores, Catón censura las malas cosas del quehacer político o las alaba, según sea de justicia, aderezando sus comentarios con sabrosos chistes en los que hace intervenir a sus divertidos protagonistas: Don Algón, demandante jefe de oficina; la cándida Rosilí; Bustolina Grandchichier, señorita de opulentos encantos; Don Astasio, el marido perpetuamente engañado; Babalucas, de muy obtuso pensar.
Catón es un apasionado bibliófilo que posee en su biblioteca más de doce mil volúmenes.
Eso pudiera ser igualado por algún coleccionista de libros. La diferencia es que Catón los ha leido todos.
¿Conoce usted a Catón?
¡Cómo vino a pasarme esto con usted! ¡Concidencias así no suceden en ninguna otra parte del mundo!
Quien me lo decía era el conductor de un autobús que transportó, a Saltillo, un grupo de invitados al festejo de un 15 años. Y lo que había sucedido era en verdad algo sorprendente.
Fue el sábado 3 de julio de 2003, a las seis cuarenta de la tarde. Atrio de la Catedral, lleno de gente. Salían muchos de una boda y muchos esperábamos entrar a otra. Entre esa muchedumbre estaba yo, platicando con el doctor Hugo Castellanos, papá del novio, cuando se me acercó un hombre que venía abriéndose paso, y me abordó con acento fuereño;
–Perdone la interrupción, señor; me llamo José Rafael Pelayo, vengo de Autlán de la Grana, Jalisco, y busco a alguien que conozca al señor Catón. Quiero su dirección para ir a conocerlo, y que me firme unas columnas suyas que recorté.
Quedé pasmado ante aquella casualidad. ¿Cómo entre cientos de personas en el atrio el hombre se dirigió directo a mí, que soy hermano de quien él buscaba?
–Sí lo conozco –le dije–. Lo conozco desde que él estaba en el seno materno. Fíjese que soy su hermano.
El hombre abrió tamaños ojos.
–¡Pero cómo! ¡Mire nomás lo que me sucede en Saltillo! –acertó a decir.
Armando, mi hermano queridísimo, hizo en su columna Mirador, difundida en toda la República, un hermoso comentario de este raro suceso refiriéndose a los milagros que todos los días nos regala Dios.
* Tomado del libro “Saltillo insólito”,
‘Cien años de sucesos extraordinarios’
1900-2000. Primera Edición 2008.
Ventaneando, Lunes 10 de Diciembre de 2018.