“SOY un fantasma forjado por millones de mentes”, dijo de sí mismo Al Capone casi al final de su carrera. Lo indudable es que la acción gangsteril pudo comprobarse en la realidad: A lo largo de la década de los años 20 los gángsters constituyeron un poder paralelo, una sociedad secreta con infiltraciones en el poder político, policial y judicial, dedicada a explotar todos los productos prohibidos por la ley: las drogas, el alcohol y la prostitución.
El gángster, además, se convirtió en una figura mítica glosada por la literatura popular, el cine y, posteriormente, la televisión. En la tradición del bandido “generoso” y en su condición de agresor armado contra el orden establecido, representaba el protagonista de la aventura delictiva en la jungla de asfalto del macrocapitalismo.
“Entre las figuras mitológicas extremadamente escasas del siglo XX –escribió Truman Capote–, el gángster ocupa un lugar descollante. La fuerza imaginativa del mundo se lo ha apropiado. Una descripción del gángster la puede hacer cualquier analfabeto turco o cualquier intelectual japonés, cualquier mercachifle birmano y cualquier obrero sudamericano”.
Ya en 1925, los gángster se habían incorporado a los grandes mitos de América. En los itinerarios turísticos de Chicago se podía visitar el cuartel general de Al Capone, como se podía visitar el Capitolio de Washington.
La Warner Brothers tentó muchas veces a Al Capone para que aceptara papeles de protagonista en sus películas de gángsters. La oferta llegó a ser de dos millones de dólares, en 1930, por interpretarse a sí mismo en la película “Public Enemy”.
La Ley Seca fue el gran pistoletazo que puso en marcha una industria clandestina de bebidas alcohólicas, redes de distribución y lugares de consumo, los speakesy. El control de ese proceso quedó en manos de las sociedades secretas gangsteriles, en gran parte controladas por italianos inmigrantes, componentes de la mafia. La Ley Volstead, votada el 17 de enero de 1920, abría un período de trece años en que todos se las ingeniaron para burlarla y facilitar bebidas alcohólicas a los ciudadanos. Se convirtió en una de las aventuras más lucrativas de los siglos.
“Big Jim” Colosimo, Johnny Torrio, Al Capone, Dion O’Banion, “Lucky” Luciano, Genovese… nombres legendarios de la historia gangsteril, fríos organizadores del crimen, que en muchas ocasiones contaron con la complicidad de una administración corrompida.
En toda historia de ladrones hay también una parte dedicada a los guardias. El origen del FBI data de este periodo, así como del omnipotente Edgar Hoover. También la leyenda de los policías incorruptibles que luchaban implacablemente contra el crimen, como Elliot Ness al frente de la cuadrilla de Intocables.
La decadencia del gangsterismo romántico comenzaría con la abolición de la Ley Seca de 1933, y culminaría después de la Segunda Guerra Mundial. Un poeta beat, Gregory Corso, cantó los últimos segundos de vida de un viejo gángster, que desde la ventana ve cómo se acercan sus asesinos:
En la ventana espero
a los sirgadores del aguardiente
de Chicago, muertos,
reunidos en torno a mis huesos.
Soy el último gángster,
al fin en lugar seguro.
Espero en la ventana a prueba de balas.
Miro abajo hacia la calle y reconozco
a mis dos verdugos de Saint Louis.
Qué viejos se han vuelto…
Enmohecidas están las pistolas
en sus deformados dedos.
“Entre la sofisticación de las estanterías –escribió Al Capone–, y la penuria del asiento, lo importante era beber. La prohibición aumentaba la sed… Soy un hombre de negocios y nada más. Gané dinero satisfaciendo las necesidades de la nación. Si al obrar de esta manera infringí la ley, en tal caso mis clientes son tan culpables como yo… Todo el país quería aguardiente, y yo organicé el suministro. En realidad quisiera saber porqué se me llama ‘enemigo público’… Yo sirvo a los intereses de la comunidad. Hago esto tan bien como puedo y procuro que los daños sean tan pequeños como sea posible. No puedo cambiar la situación del país. La afronto, eso es todo”.
Arruinado, físicamente débil y con la mente deteriorada, Capone se retiró a una propiedad ubicada en Palm Island, en Miami Beach, Florida, donde se recluyó con su esposa del mundo exterior. El 21 de enero de 1947, sufrió un derrame cerebral, y murió cuatro días después de neumonía: Al Capone fue encontrado muerto en la bañera.26 Lo enterraron en el cementerio Mount Olivet y fue trasladado al cementerio Mount Carmel, al oeste de Chicago, junto a los restos de su padre y de su hermano. En su lápida está escrito: “Jesús mío, ten compasión”.
* Tomado de Revista de Revistas,
publicación del periódico “Excélsior”.
No. 4460, Enero de 1998.
Ventaneando, Martes 17 de Enero de 2023.