El mayor daño no es sobre las paredes y el mobiliario urbano de la ciudad; es sobre el legítimo derecho que tienen los ciudadanos y grupos de interés de expresar las razones de su inconformidad
EL tema no nació en La Condesa, es obvio. En muchos lugares del mundo hay una tensión creciente entre la necesidad de abrirse y la necesidad de protegerse. De los productos chinos que abaratan la vida y a la vez destruyen las cadenas productivas locales; de la migración del tercer al primer mundo que genera rechazo entre la población blanca que, por otro lado, encuentra imposible vivir sin nanas, jardineros y recolectores de cosechas. El planeta está cruzado por estas contradicciones entre lo global y lo local.
Así que tampoco tendríamos que asustarnos por los vecinos de estos barrios de clase media tradicionales que expresan su preocupación por los acelerados cambios experimentados en los últimos años. En ese sentido, no es casual la elección de la Roma como título y escenario de la película de Alfonso Cuarón, con la que tantos mexicanos se identificaron de una u otra forma.
No solo es explicable, también es necesario, que se pongan sobre la mesa los pros y contras de un proceso que ha beneficiado a unos y perjudicado a otros. No podemos quedar indiferentes respecto a las legítimas preocupaciones de los lugareños que se sienten expulsados económicamente por un fenómeno que ha crecido sin ninguna consideración. Y desde luego, tampoco se trata de prohibirlo.
Como tantas cosas en la vida, quienes toman decisiones tendrían que evitar enfoques en blanco y negro, y buscar equilibrio entre la derrama económica y los empleos que genera este proceso y, por otro lado, encontrar maneras de matizar sus efectos más salvajes. Además del impacto sobre el poder adquisitivo de los habitantes de siempre, también habría que considerar el efecto que la densidad de población provoca en temas de vialidad, agua y servicios públicos, por el proceso incontrolado de la sustitución de casas por edificios de apartamentos.
Pero habría que insistir que no es un tema particular de México, aunque en cada lugar tenga matices peculiares. En Barcelona y Viena lo ha ocasionado el turismo masivo; en San Francisco y muchas otras metrópolis la llamada gentrificación, es decir, el arribo de nuevos vecinos más prósperos, usualmente miembros de generaciones más jóvenes.
Acá sucede esto último, impulsado adicionalmente por la llamada migración nómada de norteamericanos y europeos atraídos por el home office a distancia. De allí que las protestas incorporan también un rasgo xenófobo, un resentimiento contra lo extranjero. Y tampoco es para asustarse.
No, lo que en verdad preocupa es la violencia. Un componente que cada vez es más frecuente observar en las marchas, protestas y manifestaciones de descontento. Un impulso de destrucción que visto desde afuera parecería absurdo: maestros o estudiantes que exigen más recursos para la educación, pero no vacilan en dañas instalaciones, mobiliario y equipo dedicado a la educación; vecinos que se quejan de la situación de su barrio, pero aparentemente no tienen problema para deteriorar no solo negocios sino también mobiliario urbano o monumentos históricos que forman parte del patrimonio de su comunidad.
@jorgezepedap
*Tomado del periódico “El Mañana”.
Reynosa, Jueves 10 de Julio de 2025.
Ventaneando, Miércoles 23 de de Julio de 2025.