SABADO 26 de abril, 1:23 de la madrugada. Una pavorosa explosión destroza el reactor número 4 de la estación de energía nuclear situada a 15 kilómetros de Chernobyl, y hace volar el techo de la sala del reactor. Segundos después, otro estallido arroja bloques de grafito y material combustible.
Una pregunta que ha obsesionado a la era nuclear: ¿podría realmente ocurrir un accidente devastador?, ha recibido por fin una respuesta, y es afirmativa.
Los trozos calientes de grafito provocaron fuegos que amenazan extenderse a los otros tres reactores de la estación. El derretimiento parcial del núcleo del reactor –la primera fase del llamado síndrome de China–, implica la terrible amenaza de que el combustible fundido se abra camino a través del piso de la contención del reactor y llegue a la tierra, para luego contaminar el agua subterránea de la región, de la que depende Kiev, ciudad de más de 2 millones de habitantes situada a 100 kilómetros de distancia.
Una nube radiactiva de desechos y gases (inclusive yodo 131, cesio 137 y estroncio 90) se hincha en el cielo. En el infernal accidente mueren dos trabajadores; otras 29 personas perecerán poco después, víctimas de numerosas quemaduras por la radiación y de profusas hemorragias internas. Más de 200 residentes de la zona serán hospitalizados con enfermedades causadas por la radiación: vómito, diarrea, fiebre, pérdida del cabello. Se espera que miles de personas más contraigan tumores malignos en decenios por venir.
Domingo 27 de abril. El núcleo de grafito del reactor continúa ardiendo intensamente. Mientras los bomberos se exponen a dosis mortales de radiación, en camiones se comienza a evacuar a 135,000 personas en un radio de 30 km.
A las 2 de la tarde, la nube radiactiva de Chernobyl cruza la frontera sueca. A la mañana siguiente, cuando los empleados de la central nuclear de Forsmark, al norte de Estocolmo, pasan por la rutinaria prueba de radiación, en sus zapatos se detecta una radiactividad diez veces superior al nivel normal.
Lunes 28 de abril. Científicos suecos descubren la nube letal del otro lado del Báltico. ¿Es posible que haya ocurrido un accidente nuclear en algún lugar de la URSS? Los soviéticos replican firmemente que no. Lo cierto es que el Kremlin ha reconocido prácticamente desde el principio que el de Chernobyl es un desastre sin precedente.
A las 4 de la tarde, la radio sueca informa que hay en el aire “10,000 veces la cantidad normal” de cesio 137. Sesenta y dos horas después de las explosiones de Chernobyl, los rusos siguen ocultando la verdad, aunque saben bien que su silencio podría condenar a miles de personas, inclusive en su propio país.
Por fin, a las 9 de la noche, la radio de Moscú trasmite una declaración de 42 palabras: ha ocurrido un accidente en la estación de energía nuclear de Chernobyl; se ha integrado una comisión gubernamental y se están tomando medidas para eliminar las consecuencias del accidente. Al día siguiente, el Gobierno admite que se ha evacuado la zona y que han fallecido dos personas. Pero durante el resto de la semana no se ofrece más información auténtica, ni siquiera sobre las precauciones que la gente debería estar tomando.
Lunes 5 de mayo. Hans Blix, director general de la Agencia Internacional de Energía Atómica (IAEA, por sus siglas en inglés) en Viena, y Morris Rosen, director de seguridad nuclear de la Agencia, llegan para visitar la zona del accidente. Serán los primeros extranjeros en sobrevolar el sitio.
Los helicópteros han arrojado más de 5000 toneladas de boro, dolomita, plomo, arena y arcilla sobre el reactor para sofocar el fuego de grafito. Pero esto sólo aísla el núcleo del reactor, que aumenta su temperatura a 3000º C. Las emisiones radiactivas ascienden a sus niveles más elevados desde las explosiones. Los hombres excavan por debajo para reforzar los cimientos con concreto, al tiempo que debajo del reactor se bombea nitrógeno líquido para congelar el suelo.
Martes 6 de mayo. Súbitamente, la temperatura del núcleo disminuye y los índices de radiación descienden a casi cero. Los funcionarios empiezan a creer que el fuego del reactor está bajo control. Para los valientes que luchan contra el incendio, el precio es alto. Los bomberos figuran entre los primeros en morir en Chernobyl, y los entierran en una fosa común cerca de Moscú.
Por delante queda la ardua y prolongada tarea de descontaminación y poner al mortal reactor en una tumba de concreto. Entre los que se dedican a la colosal limpieza está un numeroso contingente de conscriptos estonios. Arrancados de sus hogares en los días inmediatos posteriores al accidente, los han llevado apresuradamente a Ucrania y puesto a desempeñar las más peligrosas labores de descontaminación. Muchos se rebelan, e informes confiables dicen que por lo menos 12 son ejecutados sumariamente. Para los demás, el prometido mes de peligroso deber se convierte en dos meses, y después en seis.
Miércoles 14 de mayo. El secretario general Mijail Gorbachov da a conocer por la televisión su largo tiempo esperado “discurso sobre Chernobyl”. No minimiza lo sucedido, pero no pide disculpas a los países afectados por la precipitación radiactiva en la atmósfera.
Son ya muchas las naciones afectadas. La nube venenosa, llevada por cambiantes corrientes de viento, se ha esparcido para contaminar a toda Europa. Más de 20 países han impuesto restricciones a alimentos y actividades fuera de las casas. Igual que muchos de esos países, Suecia recordará por mucho tiempo que Rusia no advirtió a sus vecinos del peligro. “Como precaución, habríamos mantenido a los grupos de alto riesgo –niños y mujeres embarazadas–, en el interior de las casas hasta que pasara la nube”, dice el inspector de Energía Nuclear de Suecia, Frigyes Reisch. Dentro de las casas habrían estado protegidos del yodo, potente, pero de corta vida.
Alrededor del límite norteño de Escandinavia, miles de lapones nómadas quizá se enfrenten al fin de su tradicional sistema de vida. Fuertes aguaceros han derramado el veneno de Chernobyl sobre un frágil medio, el liquen sin raíces que retiene la radiactividad en concentraciones elevadas y la transmite a los rebaños de renos de los lapones.
En Alemania Occidental, algunos estados han prohibido la leche, las verduras de hojas y la natación al aire libre. En Italia ha habido compras masivas de leche en polvo y verduras congeladas.
Miércoles 2 de julio. El doctor estadunidense Robert Gale, que ha estado trabajando con médicos soviéticos en trasplantes de médula para las víctimas más gravemente irradiadas de Chernobyl, informa que ocho de sus trece pacientes han fallecido.
La prohibición de la Comunidad Europea de importar alimentos frescos de siete de los países más contaminados de Europa Oriental tiene un efecto catastrófico en las economías de estos. En Polonia, donde la preocupación por la precipitación radiactiva llegó a tal grado que se administró yodo a todos los niños menores de 17 años, las pérdidas de los agricultores por no exportar alimentos asciende a 35 millones de dólares. El gobierno sueco acepta compensar a quienes se han visto obligados a enterrar las pasturas contaminadas y tirar la leche tóxica. También pagará los 60,000 renos no comestibles que los lapones llevarán a los mataderos en los próximos ocho meses. El costo total para los contribuyentes es de 150 millones de dólares.
En el Reino Unido, el Gobierno prohíbe que se vendan tres millones de borregos a las carnicerías. La Unión Nacional de Agricultores afirma que el costo para la agricultura británica podría llegar a los siete millones de dólares.
Viernes 29 de agosto. La reunión de la IAEA en Viena para analizar el accidente termina hoy. Técnicos especialistas de 62 países han discutido el desastre. Los soviéticos distribuyen un informe de tres volúmenes en el cual se concluye que el accidente se debió principalmente a un craso error humano. Contestan preguntas, expresar su pesar y dicen que a partir de ahora serán más cuidadosos.
Muchos delegados están impresionados por este “apertura”, pero otros opinan que parece diseñada para desafiar preguntas relativas a defectos inherentes en el reactor que explotó hace cuatro meses, un RBMX moderado por fragito, igual a otros 14 que los soviéticos tienen en servicio. Algunos de los especialistas occidentales se muestran asombrados por el diseño primitivo de este RBMK. De cuestionable integridad estructural y enmarañado por un asombrosamente complejo sistema de cañerías, el RBMK es difícil de controlar, corre el riesgo de sobrecalentarse en vez de cerrarse cuando algo anda mal, y carece de un domo de contención para contener emisiones radiactivas. Y es que el RBMK, a diferencia de los reactores occidentales, fue diseñado para producir plutonio para proyectiles, así como electricidad. El reprocesamiento del plutonio implica peligros de almacenamiento y de que se produzcan incendios de grafito.
Por otra parte, nadie duda del papel fatal de las violaciones “deliberadas y premeditadas” de las reglas de seguridad por parte de los operadores del reactor número 4. Con pasmosa incompetencia, apagaron importantes dispositivos de seguridad para poder efectuar un intrascendente experimento con un turbogenerador. “Era una planta nuclear dirigida por los hermanos Marx”, comentó un científico.
Miércoles 31 de diciembre. El reactor número 4 ya quedó sepultado. Los reactores 1 y 2 funcionan otra vez. Los soviéticos han dicho que no pondrán en servicio más reactores RBMK… excepto los siete que ya están construyendo.
El número de personas muertas es de 31. El cáncer originado por la ingestión de cesio 137 o por la exposición directa a la radiación, cobrará miles de víctimas en Rusia en los próximos 70 años. Casi 1000 kilómetros cuadrados de la otrora rica tierra cultivable ucraniana yacen envenenados, desolados, sin gente, excepto por los hombres que remueven la capa vegetal superior para enterrarla como desperdicio nuclear. Los desalojados podrán regresar dentro de cuatro años.
El accidente, según los líderes soviéticos, ha costado 3000 millones de dólares. Pero es incalculable el precio de la pérdida de prestigio soviético, de la estima mundial de su tecnología, del respeto por la falta de lealtad hacia sus países vecinos y el agravamiento de las tensiones con sus llamados aliados en Europa Oriental.
Asimismo lo es el costo de la confusión y la desilusión internas. Una carta clandestina escrita en Ucrania se refería desesperadamente a la falta de información: “No sabemos nada de nuestra situación… No compro ninguna verdura, aunque hay muchas en las tiendas… Me sangran y me duelen las encías constantemente y se me han aflojado los dientes. Los medios informativos nos piden que mantengamos la calma, pero se dice que 150,000 personas ya han salido de Kiev”.
¿La energía nuclear es una bendición o una maldición? ¿Cuáles son sus perspectivas al cumplirse el primer aniversario de Chernobyl?
En muchos países del mundo occidental, la opinión pública parece querer encerrar al genio otra vez dentro de la botella. Desde 1979, el año del accidente en Three Mile Island, en Estados Unidos no se ha presentado ninguna solicitud de permiso para construir una planta nuclear. Ahora en Europa predomina la misma actitud temerosa.
El problema es que el genio no volverá a meterse en la botella. Actualmente hay más de 390 reactores nucleares comerciales que operan en todo el mundo, proporcionando el 15 por ciento de la electricidad que el hombre necesita.
¿Significa esto que el mundo sigue en peligro? No, opina la abrumadora mayoría de los científicos nucleares, porque la probabilidad de que un accidente de la magnitud del de Chernobyl suceda en un reactor occidental es demasiado pequeña para tomarla en cuenta.
La verdad es que la energía nuclear es una industria de bajo riesgo, pero muy temida. Hasta Chernobyl, nadie había muerto a causa de la radiación de una central nuclear civil. Y si examinamos atentamente lo ocurrido en Chernobyl, los mismos defectos que condujeron al desastre (una planta de energía mal construida y personal de operación inepto), deberían tranquilizarnos, porque las plantas occidentales son infinitamente más seguras.
Si el mundo de la posguerra hubiera dado la espalda a la energía nuclear, se habría evitado el drama de Chernobyl. Pero el precio hubiera sido décadas de utilizar carbón y petróleo, tener más lluvia ácida y bosques enfermos, un “efecto invernadero” aún peor sobre la Tierra, y miles de personas más fallecidas prematuramente a causa de enfermedades respiratorias.
Ante las consecuencias de Chernobyl, la comunidad mundial de las naciones está considerando propuestas que darían a la IAEA autoridad para realizar inspecciones de seguridad y dictar normas obligatorias.
¿Estarían de acuerdo los rusos? Es posible. Simplemente su propio interés puede convencerlos de la conveniencia de abrir las plantas nucleares a la inspección. Si lo hicieran, al menos parcialmente compensarían los vientos mortales de Chernobyl.
* Tomado de Selecciones del Reader’s Digest.
47º año de publicación en español. Junio de 1987.
Ventaneando, Viernes 1 de Agosto de 2023.