LAS primeras décadas del siglo XX en México sellaron una transformación en la historia política y social del país. El inicio del conflicto armado con la caída del régimen porfirista y las distintas fases de la contienda militar manifiestas por diferentes proyectos nacionales marcaron una coyuntura de extrema violencia, incertidumbre social, económica y política.
La crisis no sólo se hizo presente por confrontaciones militares, sino también por peores condiciones de vida de la población, particularmente un aumento de la pobreza y deterioro de la salud de amplios sectores. Las epidemias de tifo e influenza de 1915 y 1918 se propagaron en el país en zonas fuertemente golpeadas por la contienda militar.
¿Cómo vivió la población esos años? ¿De qué manera las autoridades de salud hicieron frente a estos desafíos epidemiológicos? ¿Cuál fue el impacto demográfico de estas enfermedades? El vínculo entre violencia y brotes epidémicos también es claro en otras etapas de la historia de México, como fue la Conquista con la viruela, la propagación de una epidemia de tifo denominada de “fiebres misteriosas” durante el movimiento de las fuerzas insurgentes en 1813. Las epidemias de tifo, viruela e influenza marcaron la historia de la Revolución.
A partir de la caída del régimen de Porfirio Díaz y el inicio de la guerra civil, el país sufrió un agravamiento de enfermedades infecciosas. La migración, la partida de familias huyendo de las zonas en conflicto y el traslado de las tropas contendientes diseminaron diversas epidemias: tifo, viruela, escarlatina e influenza. La violencia y las epidemias conformaron un escenario de extrema vulnerabilidad para la población.
En junio de 1915 Francisco Villa concedió una entrevista a John Roberts, periodista estadunidense del New York American, refiriéndose a la situación sanitaria de sus tropas: “Hay una gran cantidad de cadáveres insepultos y es casi insoportable la hediondez. Después de nuestros ‘equivocados hermanos’ los carrancistas, nuestros peores enemigos son las moscas, piojos y ratas… A los dos o tres días de bañados y limpios, ya estamos empiojados de nuevo”.
Esta dramática descripción revela otra realidad de la guerra y la violencia: la presencia del tifo a causa de la proliferación de piojos e insalubridad. La epidemia de tifo fue muy severa entre 1915 y 1916, después de librarse las batallas de Zacatecas a fines de 1914 y las de Celaya y el Bajío entre abril y junio de 1915; azotó con crudeza las ciudades de México, Chihuahua, León, Guadalajara y San Juan del Río (Querétaro).
El tifo, también denominado “fiebre de las trincheras”, aparecía en contextos bélicos de hambre e insalubridad. El país se convirtió en un caldo de cultivo para la propagación de esta enfermedad. La situación era similar a la europea durante la Primera Guerra Mundial, donde se habían emprendido diversas acciones para frenar los contagios entre los soldados. En las trincheras se construyeron trenes-baños especiales, a los que debían acudir los soldados sin excepción. En uno de los cuartos se despojaban de sus ropas sucias, las cuales pasaban a una caldera de agua hirviendo. En otra habitación los soldados tomaban un baño tibio y luego se trasladaban a un cuarto donde debían vestirse con ropas desinfectadas. A algunos soldados se les vestía con seda, considerando que “el piojo como buen plebeyo era enemigo de la seda”.
Ante este entorno de violencia y epidemias, cabe preguntar cuál fue la respuesta del gobierno y cómo reaccionó la sociedad. Identificamos acciones de carácter coercitivas y de control social por parte del gobierno, en tanto la población civil también tuvo reacciones de miedo e incredulidad. Debemos señalar que, al brotar la epidemia de tifo en agosto de 1915, Venustiano Carranza ya había tomado el control del país. Para hacer frente a la epidemia, las autoridades perfilaron una campaña enérgica con tintes de discriminación social.
Esta respuesta consistió en identificar enfermos de tifo en vecindades y su traslado forzoso al Hospital General de la Ciudad de México. Las vecindades donde se presentaron casos fueron denunciadas ante la policía y los agentes sanitarios. Una vez reportado un caso de tifo por parte de un vecino, estos empleados procedían sin miramientos al desalojo de las viviendas, cuyos residentes eran enviados a los hospitales si mostraban signos de la enfermedad, o bien debían desocupar la casa si no cumplían las reglamentaciones del código sanitario vigente. Este tipo de acciones revelaban otro lado de la violencia hacia los enfermos.
En el combate a las epidemias fue frecuente el uso de un discurso de carácter militar: “Guerra a la epidemia”, impregnado por teorías higienistas, que atribuían el origen de la enfermedad a la insalubridad. La microbiología coexistía con concepciones en torno al ambiente y los miasmas malsanos. Fue notoria cierta discriminación hacia algunos sectores que presentaron casos de tifo. En relación con estas ideas de responsabilizar a determinados grupos sociales de portar las infecciones, cabe referir el concepto de constructo de la enfermedad de Watts. Las epidemias influyen sobre las relaciones de poder entre minorías dominantes y la mayoría dominada.
Aunque los contextos epidemiológicos variaban, la élite sostenía que la enfermedad atacaba a ciertas personas y dejaba en paz a otras, resultado de percepciones sociales y culturales. Por ejemplo: durante el tifo se atribuyó su origen y propagación a los pobres, los vagos y los presos.
Otro momento crítico fue la pandemia de influenza en 1918. Recorrió pueblos, ciudades, países y continentes teniendo como escenario de origen la Primera Guerra Mundial. La enfermedad viajó a Europa a través de soldados estadunidenses procedentes de dos campamentos militares en Kansas y Massachusetts. En México apareció en el otoño de 1918 y su llegada también coincidió con un contexto bélico.
Los mexicanos comenzaban a recuperar cierta paz y tranquilidad, después de haber padecido años turbulentos, cuando a principios de octubre de 1918 se enfrentaron con esta enfermedad hasta entonces desconocida: la influenza, mal llamada “gripe española”. La pandemia entró a nuestro país por los estados del norte y por Veracruz. El 9 de octubre de 1918 había cerca de 5000 casos reportados en Nogales, Nuevo Laredo, Nuevo León y Santa Rosalía, en Baja California.
¿Qué pasó en México durante el azote de esta pandemia? De acuerdo con algunas estimaciones generales, entre 1914 y 1918 murieron un millón de personas en México, de las cuales una cuarta parte en los campos de batalla y ejecutados, en tanto el resto fue por tifo, influenza y hambre. Existe un estimado de 300 000 muertos en el país por causa de la influenza. En Ciudad de México murieron 7375 personas. Los jóvenes y adultos fueron las principales víctimas mortales de la enfermedad.
El campo fue golpeado fuertemente por la pandemia de influenza. La guerra civil tuvo repercusiones más graves ahí que en la ciudad. Los pueblos, haciendas y ranchos se vieron afectados tanto por las incursiones de los ejércitos como por la enfermedad. En Morelos, por ejemplo, además de la violencia por enfrentamientos militares, la población padecía hambre, falta de agua y desplazamientos. “Los cadáveres se acumulaban más rápido de lo que se les podía enterrar”.
En Ciudad de México los panteones no se daban abasto para enterrar a tantas personas. El Ayuntamiento rentó tres locales para convertirlos en fosas comunes y evitar el dramático escenario de féretros apiñados en las banquetas. La gripe se ensañó en barrios pobres que habían sido descuidados por el Ayuntamiento y por el Departamento de Salubridad. Los habitantes de estos lugares no disponían de dinero para pagar un enterramiento.
En aquel momento se consideraba que el bacilo de Pfeiffer era el agente etiológico de esta enfermedad junto con neumococos y estreptococos. Las cuarentenas, uso de mascarillas y cierre de los viajes de ferrocarril se aplicaron de manera parcial, lo cual junto con el desconocimiento de la etiología del padecimiento, provocó una rápida diseminación del virus.
Llevamos año y medio lidiando con la pandemia de covid-19 en un entorno social difícil. No obstante, a lo largo de la historia se ha documentado la presencia de epidemias y pandemias en situaciones de gran violencia, como ocurrió entre 1915 y 1918, cuando el tifo y la influenza se diseminaron con graves repercusiones demográficas. A lo anterior se sumó la pobreza de amplios sectores de la población, la guerra, una cobertura limitada de los servicios de salud pública, el desconocimiento de la etiología (influenza), ausencia de campañas de vacunación y fármacos eficaces para contener los contagios.
Sin duda, esos años crearon un contexto crítico, muy similar al actual.
Investigadora en el CIESAS, Ciudad de México.
* Tomado de la revista “Nexos”.
No. 256, Año 44, Octubre de 2021.
Ventaneando, Reynosa, Viernes 10 de Marzo de 2023.